Es como un monstruo del que no podemos escapar, que nos pone en contra de nuestros hermanos y nos hace actuar de la forma más absurda y egoista posible.
Pero no contento con enfrentarnos a los demás, siempre que puede nos destruye a nuestros propios ojos haciéndonos pensar que estamos solos, somos pecadores y no merecemos nada bueno.
Estamos como el esquizofrénico, que oye voces y se ve obligado a obedecer sus órdenes, aún a costa de su raciocinio y su propia lógica.
Entonces, con el método que sea... Con el maestro que sea, ¡Hagamos cuanto podamos por ignorar esa voz disociadora!
-No dejemos que nos maneje más a su antojo-