Recuerdo guías de meditación budistas que recomendaban imaginarnos sentados frente a un lago con suave oleaje, mientras acallábamos nuestra mente paulatinamente, para que el agua empezara también a calmarse, hasta el punto de que su superficie fuera un espejo donde se reflejara la Luna llena.
De manera similar, en la meditación del Instante Santo, -llamada así, porque nos hacemos el propósito de lograrlo al menos por un instante-, fijos en el presente, anclados en el momento actual, sin dejarnos tirar hacia atrás por el pasado ni preocupar o ilusionar por el futuro, es posible entrar en una especie de callejón que conduce directamente hacia el centro de la Galaxia de Galaxias, que se avisora desde uno de los millones de planetas que debemos saltar como piedras de río, con el fin de llegar al Otro Lado: a las cercanías del Paraiso...
...Visión espectacular de la que ya nada mundano puede distraernos... Cesa la lucha por mantenerse en meditación, porque la meditación misma nos absorbe.
Nos hemos colocado en el centro de nosotros mismos y de allí nadie nos puede mover.
Agazapados en nuestro pequeño planeta fronterizo, como el Principito, escudriñando en la distancia ese relámpago de luz brillante en espiral, suspiramos por el anhelado Retorno al Hogar. Como el hijo pródigo. Sin saber si allí alguien tal vez nos espera... Como en efecto, Alguien nos espera con ansia y amor.
Respiramos profundamente y nos damos ánimo para dar el salto. El Gran Salto. Tal vez lo que otros llaman La Ascención. La Sublimación. El Trascender. El Samadhi. Y.. ¡Qué sorpresa! no se requirió de más que de un pequeño esfuerzo de nuestra parte, un romper por un momento el miedo y saltar, para que una Fuerza indecible nos acogiera, conduciéndonos al centro mismo de lo más brillante de esta nebulosa.
Nos abandonamos al vuelo delicioso y fresco, libres por primera vez, seguros de que nada malo puede suceder y concientes de nuestra eternidad y totalidad.
Es allí cuando el lago budista, hecho de millones de estrellas con sus satélites y meteoros, se muestra a nuestra vista con sus olas doradas y de suavidad infinita.
Termina nuestro salto cuántico, lanzándonos de cabeza como campeón de natación en ese mar dorado de Amor que ondula en música y abraza maternalmente. Quedamos con el cuerpo cubierto de partículas de oro... Como en Guatavita cuando se investía el nuevo cacique: el Zipa.
La sensación del ingreso es neutra, pero vital y poderosa. Entramos en el líquido fotónico y nuestros brazos se ven cristalinos al nadar bajo la superficie. Caemos en cuenta de que el resto del cuerpo tambien se ha hecho transparente.
El transparente de una gota de agua que cae en el mar:
Entraremos en nuestra escencia. En nuestro origen. Por un instante estaremos en el corazón de Dios.
Ese es el Instante Santo. El instante de unidad. Del retorno.
Ya no habrá diferencias entre Dios y nosotros... No habrán límites que nos separen de Él, ni de ninguno de nuestros semejantes...
Flotando en el lago dorado, sin ninguna separación de él, ¡Porque ya seremos el mismo mar de polvo de estrellas de oro!
La mejor sensación que podemos experimentar aquí. Con la práctica, podremos prolongar poco a poco este instante, hasta que llegue el momento del despertar total. ...Que a lo mejor, no está tan lejos como nos tememos...
...Visión espectacular de la que ya nada mundano puede distraernos... Cesa la lucha por mantenerse en meditación, porque la meditación misma nos absorbe.
Nos hemos colocado en el centro de nosotros mismos y de allí nadie nos puede mover.
Agazapados en nuestro pequeño planeta fronterizo, como el Principito, escudriñando en la distancia ese relámpago de luz brillante en espiral, suspiramos por el anhelado Retorno al Hogar. Como el hijo pródigo. Sin saber si allí alguien tal vez nos espera... Como en efecto, Alguien nos espera con ansia y amor.
Respiramos profundamente y nos damos ánimo para dar el salto. El Gran Salto. Tal vez lo que otros llaman La Ascención. La Sublimación. El Trascender. El Samadhi. Y.. ¡Qué sorpresa! no se requirió de más que de un pequeño esfuerzo de nuestra parte, un romper por un momento el miedo y saltar, para que una Fuerza indecible nos acogiera, conduciéndonos al centro mismo de lo más brillante de esta nebulosa.
Es allí cuando el lago budista, hecho de millones de estrellas con sus satélites y meteoros, se muestra a nuestra vista con sus olas doradas y de suavidad infinita.
Termina nuestro salto cuántico, lanzándonos de cabeza como campeón de natación en ese mar dorado de Amor que ondula en música y abraza maternalmente. Quedamos con el cuerpo cubierto de partículas de oro... Como en Guatavita cuando se investía el nuevo cacique: el Zipa.
El transparente de una gota de agua que cae en el mar:
Entraremos en nuestra escencia. En nuestro origen. Por un instante estaremos en el corazón de Dios.
Ese es el Instante Santo. El instante de unidad. Del retorno.
Ya no habrá diferencias entre Dios y nosotros... No habrán límites que nos separen de Él, ni de ninguno de nuestros semejantes...
Flotando en el lago dorado, sin ninguna separación de él, ¡Porque ya seremos el mismo mar de polvo de estrellas de oro!
La mejor sensación que podemos experimentar aquí. Con la práctica, podremos prolongar poco a poco este instante, hasta que llegue el momento del despertar total. ...Que a lo mejor, no está tan lejos como nos tememos...