En nuestros tan preciados cuentos infantiles aparecían con frecuencia seres pequeños que cuidaban de los árboles y las flores.
Ahora resulta que no estábamos tan lejos de la verdad.
Ellos podían tener la forma de
hadas delicadas que pintaban las flores de bellos diseños, podían ser
gnomos que refunfuñando alistaban el suelo para que nuevas semillas germinaran mediante la descomposición de las hojas en el bosque,
espíritus elementales y dríadas (duendes femeninos de los árboles).
Esta era una explicación lógica para la belleza y perfección de la Naturaleza.
La mente inocente de un niño entiende ésto mejor que un artificial concepto de evolución automática del Reino Vegetal sacado de análisis meramente racionales.
¡Su almita presiente que algo muy bello y amoroso debe estar detrás de tanta armonía y generosidad!
Así, se crearon historias de miles de laboriosos y minúsculos personajes que vestidos de muchas tonalidades de verde, marrón y amarillo se encargaban, por ejemplo, de colocar simétricamente las nervaduras en cada hoja de una planta determinada, para que repartieran eficientemente la savia a cada tejido.
Y de las pequeñas artistas revoloteadoras con sus pinceles delineaban artísticos dibujos sobres los pétalos de seda abiertos al sol y a la admiración del ojo humano.
Ahora pasemos a lo que lentamente se nos va develando sobre la realidad: Estas explicaciones se hacen más claras al conocer que
existen niveles de evolución humana en los que seres avanzados se encargan de alguna especie menor, actuando como sus ángeles guardianes y sus protectores.
¡Esta interpretación funciona muy bien! En esa larga línea de aprendizaje en esta dimensión, los llamados "seres virginales" discurren desde su ingreso a la vida en el plano químico, hasta la conciencia plena de un ser humano avanzado como Jesús de Nazaret.
En ese recorrido transcurren desde el mineral ordenado que se entrena en cristalizar en ángulos limpios y precisos, por las plantas que ya poseen funciones vitales visibles y luego por los adormecidos animales que están aprendiendo a lidiar con su cuerpo de deseos.
Llegan luego a ser conscientes y desarrollan un ego en el humano inconsciente, para luego desarrollarse con esplendor en el maestro ascendido, el ángel, el arcángel, el querubín y todos los demás seres emanados del Gran Absoluto, que van de regreso a Él.
En esa línea de evolución espiritual, después de haber escalado muchos niveles y haber llegado a ser humanos como nosotros ahora, es posible tomar la decisión en una dimensión muy alta, de dedicarse a guiar a las especies menores encarnadas en la tercera dimensión.
O sea que hay seres muy evolucionados en una dimensión que desconozco, que cuidan las margaritas, otro que se encarga de las rosas caballero negro, otro que se dedica a los buganviles y otro más, pacientísimo, con las pequeñas violetas.
¡Qué hermoso! ¿No?
La belleza de la Naturaleza no puede ser aleatoria y automática
y tampoco Dios se dedica a dibujar cada pluma del colibrí
¡Esto es un trabajo en equipo!
Nosotros, si lo deseamos podremos hacerlo algún día
cuando ya hayamos superado nuestras limitaciones.
A medida que aprendemos vamos regresando a lo que intuíamos cuando eramos inocentes y ¡Las cosas encajan en su lugar!