sábado, 28 de junio de 2025

Los dos Asesores de la Mente


No sé si a ustedes les pasa, pero a veces siento que mi cabeza es como la oficina de un presidente en plena crisis. Hay un ruido constante, teléfonos que no paran de sonar, informes urgentes apilándose en la mesa... el banco... un caos. Y en medio de todo, estoy yo, quien se supone debe tomar las decisiones, sintiéndome completamente abrumada.

Lo que les voy a recomendar se parece un poco a lo que nos decían cuando niños: Que un diablito nos hablaba en la oreja izquierda cosas inconvenientes, mientras un angelito (la voz de la conciencia) nos aconsejaba correctamente en el oído derecho.



He estado dándole vueltas a esta sensación y he empezado a ver este caos de una forma diferente que, la verdad, me ha ayudado un montón. Me he dado cuenta de que en mi oficina mental, en realidad solo hay dos asesores o consejeros que yo consulto. Y mi único trabajo es decidir a cuál de los dos le voy a prestar atención.



El Asesor N.1: El asesor del Pánico (El Ego)


Este es el que más grita. Es el que entra a la oficina a la carrera, con la cara desencajada y un montón de carpetas bajo el brazo que dicen "URGENTE" y "PELIGRO".

Lo reconozco porque su lenguaje es siempre el mismo:Empieza con: "¡Tienes que...!", "¡Cuidado con...!", "¡No puedes permitir que...!".
Habla rapidísimo y siempre sobre el pasado (lo que hice mal, o lo que me hicieron a mí) o sobre el futuro (todas las catástrofes que están a punto de ocurrir).
Su consejo siempre se basa en el miedo, la defensa y el ataque. Si me llega un correo, me dice: "¡Responde ya! ¡Deja claro que no fue tu culpa! ¡Cúbrete las espaldas!". Y si alguien se me cuela en el tráfico, es el que grita: "¡Pítale! ¡Que se quite! ¡No dejes que se salga con la suya!".

Para ser sincero, durante la mayor parte de mi vida, he pensado que este asesor era el único que había. El más realista. El que me protegía. El resultado, claro, fue vivir con un nudo constante en el estómago o un disgusto inexplicable.


El Asesor N. 2: El asesor Silencioso (El Espíritu de la Paz)

Luego está el otro consejero. Este es muy diferente. Rara vez levanta la voz. De hecho, casi siempre está sentado tranquilamente en un rincón de la oficina, esperando pacientemente a que yo lo consulte.

Su forma de comunicarse es mucho más sutil:No trae problemas, sino que trae perspectiva.
Su voz no es de pánico, sino de calma. A veces ni siquiera son palabras, es más bien una intuición que me dice: "Espera. Respira. Hay otra manera de ver esto."
Nunca habla del pasado como una carga ni del futuro como una amenaza. Su único interés es devolverme la paz en el presente.

Frente al mismo correo del trabajo, este asesor simplemente me inspiraría a hacer una pausa. Frente al coche en el tráfico, me recordaría que mi paz vale más que tener la razón durante dos segundos.

Solución: Mi Único Trabajo Real

Aquí es donde todo ha empezado a cambiar para mí. Me he dado cuenta de que mi trabajo no es resolver todos los problemas que me trae el Asesor del Pánico. Mi único trabajo real, aquí, sábado por la mañana y el resto de la semana, es elegir a qué asesor escuchar.


Así, la práctica se me ha vuelto muy simple:

Oigo el griterío del Asesor del Pánico en mi cabeza (hemisferio izquierdo)
Hago una pausa y lo reconozco: "Ah, es él otra vez, con sus carpetas rojas."

Respiro hondo y, deliberadamente, giro mi silla imaginaria hacia el Asesor Silencioso y le digo: "Ya escuché la opinión del miedo. Ahora quiero escuchar la tuya. Quiero paz en lugar de este caos."

No siempre funciona al instante, pero cada vez que lo hago, siento como si le bajara el volumen al ruido y empezara a sintonizar otra emisora mucho más tranquila. ¡Estoy construyendo mi paz!

Quizás el despertar del Durmiente no sea más que esto: Aprender, día a día y momento a momento, a esquivar los servicios al asesor del pánico y decirle amablemente: "Gracias, pero hoy no te escucharé. Hoy voy a consultar con mi otro consejero."

miércoles, 25 de junio de 2025

Si Cristo... ¿no fuera exactamente Quien nos contaron?

Llevo un tiempo dándole vueltas en la cabeza a una de las palabras más pesadas e intimidantes de Un Curso de Milagros: "El Cristo". 

El término es confuso en la religión, donde se funde con la persona de Jesús sin mayor explicación; igualmente, en otras doctrinas esotéricas en las que, peor, me hacen pensar en un gran espíritu que envuelve el planeta. 

No sé ustedes, pero a este respecto, yo crecí con una idea de una figura histórica, divina, única, crucificada... y muy, muy lejana a mí. Alguien a quien admirar, pero definitivamente alguien que "no era yo".

Pero mientras más avanzaba en el camino de Un Curso de Milagros, más me daba cuenta de que esas ideas se quedaban cortas. Y allí, la respuesta que encontré es tan simple y a la vez tan enorme, coincidiendo con la filosofía que hemos elaborado hasta el momento: 

El Cristo somos todos. Es nuestra verdadera identidad. La tuya, la mía, la del vecino.


Es volver a la maravillosa idea de El Uno. Como si, en el fondo, sí realmente fuéramos un solo Ser, una sola Mente conectada directamente con la Fuente. Un Ser perfecto, lleno de luz, completamente inocente.  Ese Ser, según UCDM es el Cristo. Lo que pasa es que este Ser se puso a soñar que se rompía en miles de millones de pedacitos (o sea, nosotros) y que cada pedacito olvidaba que era parte del todo.

El otro día, conversando sobre esto, surgieron un par de ideas que me ayudaron a ponerlo en palabras: El Cristo es como "la Hermandad (Filiación) Autoconsciente". O sea, es esa totalidad nuestra, pero despierta, consciente de sí misma, sin la amnesia que nos hace creer que estamos solos y separados. 

O también, se podría definir como "la Hermandad Radiante", porque su naturaleza, cuando no está tapada por nuestras nubes de miedo y culpa, ¡No puede hacer otra cosa que brillar!

Ok, suena genial. ¿Pero qué hace alguien con esto un lunes por la mañana en medio de un trancón?

Y creo que ahí está la magia de todo el asunto. La forma de recordar que yo soy ese Ser radiante, es empezar a buscarlo en los demás. La práctica es dejar de ver al conductor de al lado como "el que se me va a colar", al jefe como "el que me presiona" o al político de turno como "el que nos va a arruinar".

La práctica sería hacer una pausa, respirar y pedir ayuda para ver más allá del disfraz. Pedir ver claramente a ese otro pedacito de la Filiación que, igual que yo, está dormido y asustado. Cuando logro, aunque sea por un segundo, ver la luz en esa otra persona, algo en mí se enciende. Es como si al reconocer al Cristo en él, mi propio Cristo interior se desperezara un poquito.


Así que ese sería el plan. Tratando de recordar que el Cristo no es una estatua en una iglesia ni una figura en un libro de historia. 

El Cristo es la verdad de lo que somos, esperando pacientemente a que dejemos de pelearnos con las sombras en la pared y nos demos la vuelta para mirar la Luz.