Llevo un tiempo dándole vueltas en la cabeza a una de las palabras más pesadas e intimidantes de Un Curso de Milagros: "El Cristo".
El término es confuso en la religión, donde se funde con la persona de Jesús sin mayor explicación; igualmente, en otras doctrinas esotéricas en las que, peor, me hacen pensar en un gran espíritu que envuelve el planeta.
No sé ustedes, pero a este respecto, yo crecí con una idea de una figura histórica, divina, única, crucificada... y muy, muy lejana a mí. Alguien a quien admirar, pero definitivamente alguien que "no era yo".
Pero mientras más avanzaba en el camino de Un Curso de Milagros, más me daba cuenta de que esas ideas se quedaban cortas. Y allí, la respuesta que encontré es tan simple y a la vez tan enorme, coincidiendo con la filosofía que hemos elaborado hasta el momento:
El Cristo somos todos. Es nuestra verdadera identidad. La tuya, la mía, la del vecino.
El otro día, conversando sobre esto, surgieron un par de ideas que me ayudaron a ponerlo en palabras: El Cristo es como "la Hermandad (Filiación) Autoconsciente". O sea, es esa totalidad nuestra, pero despierta, consciente de sí misma, sin la amnesia que nos hace creer que estamos solos y separados.
O también, se podría definir como "la Hermandad Radiante", porque su naturaleza, cuando no está tapada por nuestras nubes de miedo y culpa, ¡No puede hacer otra cosa que brillar!
Ok, suena genial. ¿Pero qué hace alguien con esto un lunes por la mañana en medio de un trancón?
Y creo que ahí está la magia de todo el asunto. La forma de recordar que yo soy ese Ser radiante, es empezar a buscarlo en los demás. La práctica es dejar de ver al conductor de al lado como "el que se me va a colar", al jefe como "el que me presiona" o al político de turno como "el que nos va a arruinar".
La práctica sería hacer una pausa, respirar y pedir ayuda para ver más allá del disfraz. Pedir ver claramente a ese otro pedacito de la Filiación que, igual que yo, está dormido y asustado. Cuando logro, aunque sea por un segundo, ver la luz en esa otra persona, algo en mí se enciende. Es como si al reconocer al Cristo en él, mi propio Cristo interior se desperezara un poquito.
Así que ese sería el plan. Tratando de recordar que el Cristo no es una estatua en una iglesia ni una figura en un libro de historia.
El Cristo es la verdad de lo que somos, esperando pacientemente a que dejemos de pelearnos con las sombras en la pared y nos demos la vuelta para mirar la Luz.

