domingo, 6 de octubre de 2013

Meditación Paso a Paso. Extra 2. La Mirada Zen.

Cuando estábamos chicos, era frecuente que nuestra mamá o los profesores nos llamaran la atención por caer en un estado extraño de un momento a otro, mirando desenfocadamente hacia el infinito, con los ojos fijos, sin pestañear.

A eso le llamaban que el niño estaba "englobado" o "echando globos" y dependiendo del adulto, nos podían sacar de ahí con una palmada, llamándonos fuertemente o con cualquier burla. Nosotros, asombrados, sonreíamos cuando nos dábamos cuenta y  volvíamos a traer la atención a lo que los grandes nos estaban diciendo.

¿Qué pasaba en esos momentos? ¿Dónde estábamos?
En ninguna parte. A pesar de lo que pudieran haber dicho los profesores, no estábamos pensando en sitios lejanos, ni recordando a nadie, ni "soñando" con nada. Aquel era un estado de vacío al que los niños podíamos acceder; y lo usábamos generalmente, cuando la cháchara del maestro estaba demasiado pesada, o cuando en la casa nos daban discursos interminables a la hora del almuerzo sobre asuntos que para nada nos interesaban. Era una especie de escape. Un descanso para la mente en el cual, ella ya no aceptaba instrucciones, ni oía a los mayores. Se ensimismaba, como bien dice este verbo: se refugiaba dentro de sí misma.

Allí, todo se volvía paz. No había más pensamientos y todo era descanso. El niño, prácticamente había desaparecido, dejando solamente su figurita en el asiento, aparentemente comiéndose su almuerzo o con el lápiz sobre el cuaderno, a punto tal vez de escribir algo.


Bien. Pues este comportamiento instintivo, era una especie de meditación, a la que no podemos siquiera llamar "rudimentaria", porque más bien era "profunda".

Después, -como todo-, lo fuimos perdiendo, pues nos enseñaron que "era mala educación" con la persona que nos estaba hablando. Y no lo volvimos a hacer.

Mil años después, luchando para concentrarme en meditación Zen, con las instrucciones difusas sobre cómo colocar los ojos "relajados, suavemente entreabiertos, a algo más de un metro de distancia, hacia el piso frente a nuestro sitio de meditación... Sin mirar nada, pero enfocados en un solo punto...", cuando me dí cuenta de que la mirada buscada con tanto esfuerzo era la que conocía de niña... La que usaba para escaparme de ese absurdo mundo que me estaban imponiendo en aquella época, y que lograba mediante una mirada larga a la Sabana de Bogotá desde la ventana del comedor de mi casa, mirada que me servía de trampolín para el paraíso del silencio interior.

Es por este recuerdo que llamo la atención de los lectores aquí, para mejorar su meditación. Estoy segura de que todos, cuando estaban chiquitos, usaron la misma táctica para defenderse de los adultos.

Así, cuando estemos en posición de meditación, ya listos para comenzar y tengamos problemas para mantener los ojos quietos y adecuadamente desenfocados, recordemos cómo lo hacíamos antes y todo se facilitará.