Mucho se discute sobre la religión del futuro. Se habla de la unión de todos los credos (cosa que cada día se ve más lejana al seguir enfrentándose las religiones en cruentas guerras). También están los ilusionados con que el carismático Papa Francisco I (al único que no se le llama con el número de sucesión, pues todos tenemos la sensación de que no habrá Francisco II) sea quien aglutine el mundo alrededor de una renovación. Y finalmente, un grupo cada vez creciente de personas que sienten que las religiones están venidas a recoger y ya no tienen ninguna utilidad en una Humanidad más pensante y conciente.
No obstante, probablemente en ninguna de esas alternativas está la solución. Más bien está en lo que dice en uno de sus últimos capítulos el Libro de Urantia, refiriéndose a la figura siempre actual de Jesús. Él se aproxima fácilmente al corazón de la gente, siempre y cuando no se contamine su imagen y sabiduría con dogmas e intereses económicos.
Sacado Él de los ritos y el dominio de las masas, y desempolvada su palabra, es el guía del futuro en el que ya entramos. Su espléndido ejemplo sirve para regenerar nuestra desconcertante existencia, dándole un rumbo satisfactorio y un propósito, que es lo que más nos hace falta.
Veamos el texto:
10. El Futuro
(2084.1)
El cristianismo rindió indudablemente un gran servicio a este mundo,
pero a quien más se necesita ahora es a Jesús.
El mundo necesita ver a
Jesús vivir nuevamente en la tierra, en la experiencia de los mortales
nacidos del espíritu que efectivamente revelen el Maestro a todos los
hombres.
Es fútil hablar de un renacimiento del cristianismo primitivo;
debéis seguir hacia adelante desde donde os encontráis. La cultura
moderna debe volverse espiritualmente bautizada con una nueva revelación
de la vida de Jesús e iluminada con una nueva comprensión de su
evangelio de salvación eterna.
Y cuando Jesús así se eleve, él atraerá a
todos los hombres hacia él. Los discípulos de Jesús deberían ser más
que conquistadores, aun fuentes colmadas de inspiración y de un vivir
elevado para todos los hombres. La religión es tan sólo un humanismo
exaltado, hasta que se la haga divina mediante el descubrimiento de la
realidad de la presencia de Dios en la experiencia personal.
(2084.2)
La belleza y la sublimidad, la humanidad y la divinidad, la sencillez y
la singularidad de la vida de Jesús en la tierra presentan un cuadro
tan impresionante y atractivo de la salvación del hombre y de la
revelación de Dios, que los teólogos y filósofos de todos los tiempos
deberían reprimir el atrevimiento de formular credos o crear sistemas
teológicos de esclavitud espiritual a partir de tal autootorgamiento
trascendental de Dios en la forma del hombre.
Con Jesús el universo
produjo un hombre mortal en quien el espíritu del amor triunfó sobre las
desventajas materiales del tiempo y trascendió el hecho del origen
físico.
(2084.3)
Recordad siempre —Dios y los hombres se necesitan mutuamente. Son
mutuamente necesarios para el alcance pleno y final de la experiencia de
la personalidad eterna en el destino divino de la finalidad universal.