En el Japón antiguo, un comerciante de sedas conocido en su pueblo por su buenos sentimientos y su honestidad, tuvo en un viaje que cruzar un sendero solitario y peligroso, donde se le apareció un gigantesco y feroz ogro que producía un hedor inaguantable, con colmillos sangrantes y de aspecto definitivamente hambriento.
En este cuento budista, apenas el ogro vió al buen hombre, le anunció que iba a devorarlo, y se abalanzó sobre él sin tener en cuenta sus súplicas. El buen comerciante entonces, se acordó de la diosa Tara, a la que siempre le había tenido una gran devoción y la invocó pidiéndole protección.
La diosa apareció inmediatamente, pero ello no intimidó al ogro, quien de un mordisco se comió el brazo derecho del comerciante.
Tara reaccionó arrancándole un brazo al ogro y colocándoselo en su lugar al hombre.
Entonces el ogro le arrancó el brazo izquierdo al aterrado hombrecillo y lo engulló de un solo bocado. La diosa, rápidamente le arrancó el otro brazo y se lo puso al hombre.
Y así continuaron con una pierna, luego con la otra y finalmente, cuando el ogro se le comió al buen hombre la cabeza, Tara le colocó en reemplazo la del monstruo.
Una vez pasado el peligro, la divinidad desapareció dejando al comerciante en una gran confusión, en mitad el camino: Con el cuerpo total del ogro...
¡Qué horrible sensación! Pero si tenía cuerpo de ogro, entonces, ¿Quién era él?
¡Qué horrible sensación! Pero si tenía cuerpo de ogro, entonces, ¿Quién era él?
Allí viene lo profundo y filosófico del koan budista: ¿Soy mi cuerpo?
O mejor dicho: ¿Quién soy sin mi cuerpo?.
O peor: ¿Quién soy en el cuerpo de un ogro? ¿El ogro? "¡No! ¡Yo no seré jamás el ogro!" dijo el buen hombre en el cuerpo del monstruo. Pero entonces, ¿Quién soy?
O mejor dicho: ¿Quién soy sin mi cuerpo?.
O peor: ¿Quién soy en el cuerpo de un ogro? ¿El ogro? "¡No! ¡Yo no seré jamás el ogro!" dijo el buen hombre en el cuerpo del monstruo. Pero entonces, ¿Quién soy?
Es equivalente esta idea oriental a la Lección 199 de Un Curso de Milagros, en la cual lo que debemos repetir y aprender, es: NO SOY UN CUERPO. SOY LIBRE:
Esta posición ante el cuerpo es realmente liberadora, porque rutinariamente, un alto porcentaje de lo que hacemos va dirigido a él, a su cuidado exagerado, al "mejoramiento" de su aspecto y a su seudo curación.
A la vez, es lo que fomenta nuestros egoísmos y sentimientos de separación, haciendonos sentir solos y desprotegidos en esta existencia.