viernes, 5 de septiembre de 2014

¿Por qué pienso lo que no me conviene???

Es importante observarse a sí mismo. 
¡Ensáyalo! 


Mírate desde fuera, como si fueras un extraño.


Asombroso es el resultado, porque creemos que somos una cosa (inteligentes, concientes, exitosos, seguros, tal vez) y en realidad somos una mata de temores que acarrea sus propias fallas y desgracias.

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Porque estudiamos teorías de superación y hacemos cursos de filosofía y programación neuro lingüística, para inmediatamente olvidarlo todo en el día a día.

Entonces, la clave es mirarse, comenzando con los pensamientos.
Creo que ahí está la razón del envejecimiento. Ahí está la diferencia entre joven y viejo: El joven no sabe mucho. Está ingresando a la vida con cierta curiosidad, esperando qué? ¡AVENTURA! ¡SORPRESAS! (Puede que después termine envuelto en las drogas o en algo equivocado.... Pero el punto es que partió esperando maravillas)

En cambio, nosotros, los maduritos que pensamos que nos las sabemos todas porque ya hemos pasado por muchas cosas en la vida... Cuando pensamos en hacer algo, ¿Qué es lo primero que hacemos? ¡ANALIZAMOS LOS RIESGOS! En nuestra tontería tomamos partido por la fracción de posibilidades que implicarían que la actividad fallara.  ¡Increíble! ¡Pareciera que lo que queremos averiguar es cómo se hace para que esa actividad se malogre!

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No visualizamos lo que nos convendría, sino que le dedicamos nuestro tiempo y desvelos de media noche a evaluar (como todo un adulto), lo que podría salir mal.

Dizque para evitarlo (¿No será realmente,  para tener una disculpa para abandonar nuestro ideal sin remordimiento?)

Y no es que esté mal ser precavido...
El problema es que le damos tanto espacio en nuestra mente a las posibles fallas, que se arraigan allí,
precipitando precisamente lo que queríamos evitar.

Y la ilusión por el deseo que queríamos inicialmente concretar, ¿Donde quedó? Perdida. Olvidada. Perdió importancia. Es lo que tiene menos posibilidades. Lo que menos recordamos. Ni tenemos entusiasmo ni alegría ya ante el proyecto.

Nos parece que no es necesario tener lo deseado en mente, porque lo primero es analizar los riesgos.

Y con esto, simplemente, actuamos al revés de como actúa el Universo. 
Atraemos con nuestros pensamientos adversos, aquel resultado que no queríamos. 

Vale así el refrán:

EL TEMOR GENERA LO TEMIDO

Por ejemplo. En estos días en que me estoy observando con detenimiento, me doy cuenta. 
Mi cabeza no dice: "Quiero resolver este problema financiero". 
En cambio, mi cabeza martilla: "Estos problemas financieros pueden llevarme a la quiebra. No sé qué hacer".  Y ando por toda la ciudad con ese letrero inconciente.

Por qué más bien no digo: "Quiero regresar a mi habitual abundancia". ¿POR QUÉ???????
(Si mantuviera en mi cerebro la abundancia que supuestamente tanto me gusta, otro sería el resultado. No este círculo de estrés.)

Concluyendo:

Miremos nuestros pensamientos para eliminar todos los que no están alineados con lo que queremos lograr en la vida.

Actuemos un poco como los jóvenes. Arriesguemos un poco, sin descalificarlo todo por adelantado, saltando al mundo con la imagen de nuestro objetivo anhelado, permanentemente en nuestra frente y en nuestro corazón.


Así, las leyes de la energía, de la atracción, -que son impersonales y trabajan automáticamente-, se verán impelidas a concretar esa imagen feliz que está dibujada en mi mente y que es la que me impele a moverme y a esforzarme por el objetivo deseado.

Eso sí, Se necesita disciplina.

Pero aún en nuestra soberbia de adultos que ya todo lo han visto, podemos aceptar el reto de mantener en nuestro pensamiento ese mundo mejor que añoramos y también, esa pequeña o grande satisfacción que nos merecemos y para la que pareciera que no nos creemos dignos.

Un sistema podría ser hacer una corta lista de lo que queremos mantener en mente, redactada en absoluto positivo y si fuera posible, con imágenes que se pudieran visualizar fácilmente.

Y esta lista, dejarla a la mano para repasarla mientras se memoriza y es fijada en nuestra mente, casi obsesivamente. Tener presente nuestro objeto y confiar en que lo merecemos, son la clave.