viernes, 4 de septiembre de 2015

Desaparecer en la meditación


Imaginemos que somos un pequeño buda de azúcar que adorna una torta de cumpleaños en Vietnam o Japón. Una torta muy especial, porque fue fabricada para un niño muy especial.

Pero da la circunstancia que él vive en un pueblito lejano al que se debe llegar por balsa atravesando el mar. El balsero rema.

Va esa ligera balsa en aguas profundas, con su preciosa carga de festividad y alegría. El buda de azúcar se sabe importante y se mantiene muy serio sobre la torta, oscilando con la marea a derecha y a izquierda, pero sin perder la concentración, pues está, como siempre, meditando.

De pronto, viene una ola  alta que ladea la balsa, e inusitadamente y a pesar del esfuerzo del balsero por recuperar el preciado encargo, el pequeño buda resbala y ¡Cae al mar!


¡Bluup! Desciende despacio entre el agua, que con sonidos raros y oscuros deja entrar rayitos torcidos y salados de sol. Azul claro.  Verde oscuro... Azul oscuro... ¡Negro!

Somos ese buda... Sentimos la caída... el frío del agua salada... Caemos con los ojos cerrados. Entrando en el silencio... Perdiendo nuestro ego hasta un nivel impensable, porque el azúcar se va disolviendo en el agua y de nosotros y nuestra importancia, ya pronto no quedará nada.

Se disolvió. Somos solamente agua en agua. Silencio. Conciencia.