Dios. Tan grande como es, respira.
Palpita por las dimensiones
emanando uno, dos, diez mil Universos
que periódicamente se expanden y comprimen
En un inmenso fuelle de vida
-Gaita que se toca a sí misma-
el poder y la sabiduría impávida respira.
Respira.
Respira.
Un big bang es su larga expiración creativa
Mientras que su suspiro todo lo recoge
cobijándonos de un solo sorbo
en su interior
estático.
¡Ay! Bendito Zen que por un rato
me liberas del yugo del tiempo y que volando
me teletransportas al centro de galaxias
donde Él, eterno,
respira.
Silencio y vacío que todo lo contienen:
Los sitios, los eventos
y todos los sucesos del pasado y el futuro.
Me cuelo por un rato en ese vórtice inmóvil
donde todo existe en potencia,
expresable y dispuesto a desaparecer de nuevo.
Precioso Zen que suspirando
me das un atisbo de presente
a escondidas del verdugo Tiempo
que fantasmal, me ata al cepo
Ojos desenfocados, muy abiertos
conectan con el gran Observador inmóvil
y me dan un poquito de su aliento
para continuar mirando con asombro.
Sustancia flotante y relajada
que amable y naturalmente me recibes
ronroneando como el aire que entra y sale sin motivo.
Reencuentro de pródigo filio distraído
sin explicaciones ni disculpas.
sin redención ni penitencia
con naturalidad de siglos y milenios.
Me dejas entrar en tu avalancha
de fresco prana que entra y sale,
por fin quieta, gravitacional motivo
años luz de vidas y colores me circundan.
Tú,
precioso Zen sin ínfulas conduces
por caminos sin espacios
de la mano
al rayito de sol desprotegido
hasta el Dios Ra de sus ensueños
para el contacto
efimero -por ahora-
que en amorosa luz un día nos prometieras.
¡Ven! Madruga a acompañarme,
que impaciente
¡Requiero tu claridad y tu dulzura!