domingo, 11 de septiembre de 2016

Finalmente, ¿Para qué meditar?



Cuando revisamos los avances sobre la plasticidad del cerebro se vuelve clara la función y el proceso de la meditación, práctica antiquísima de sabios orientales. 

Ahora, leyendo tanto avance neural, el poner la mente en blanco del Zen, se me antoja muy similar a la moderna explicación de los neuro científicos sobre la función reparadora del sueño. 

Durante el sueño, especialmente aquel sin soñar, se deshacen temporalmente las conexiones neuronales que permiten la actividad del cerebro en el estado de vigilia.    Este, como el cuerpo entero, reposa y se recupera durante la noche. 

Adicionalmente, al dormir y desconectarse, las neuronas se compactan dejando espacios o  grandes avenidas a lo largo de las cuales ocurre un flujo de limpieza que literalmente arrastra todas las toxinas generadas en el cerebro durante el día.  Esta limpieza es la que nos permite despertarnos frescos y renovados intelectualmente. 

Imagino entonces que la meditación sin objeto, como es el Zen, facilita una función similar, con la diferencia de que es un proceso conciente y voluntario de desconexión para liberar a la mente del agotador parloteo de los procesos automáticos y repetitivos del Ego. 

Este Ego, basado en el pasado y en el repaso de sus experiencias, genera bloqueos fundamentados en sus miedos reales o imaginarios, que nos mantienen atados a la repetición de conductas e inhiben nuestra creatividad.

Entonces,  la liberación que nos brinda la meditación, no solamente nos desintoxica mentalmente sino  que da pasó a una posibilidad de pensamiento mas claro y directo en contacto con la fuente subconsciente del conocimiento y  la existencia. 

Este análisis comparativo me permitió entender qué sucedía durante las sesshines de meditación, y por qué estas experiencias eran tan renovadoras y satisfactorias para mí.  

Igualmente, el comprender el proceso me facilitó muchísimo la entrada en el estado meditativo que muchas veces representaba un gran esfuerzo, por el martirio que ocasionan los pensamientos recurrentes.

Con todo eso,  además,  me quedó claro que no somos orientales.  A los occidentales se nos facilitan mucho las cosas de manera racional; y cuando entendemos algo,  el aprendizaje se simplifica.  Algo que no es una condición para los orientales, tal vez más intuitivos que nosotros.

¡Bueno!  ¡Qué le vamos a hacer! No se puede  tampoco decir que fue perdido el tiempo practicando intuitivamente... ¡Fue un gran camino también!