lunes, 2 de enero de 2017

¿Cuándo Perdimos el Oído?

Embelesada, -cuando queda algo de tranquilidad y tiempo-, con la Fantasía Escocesa de Max Bruch, compositor alemán de mediados del 1800, me pregunto si lo que nos está pasando como civilización tiene relación con lo que también nos pasó con la música.



El ruido imperante a nuestro alrededor, que los medios denominan "música" y que la gente aclama en conciertos multitudinarios, generadores de millones en ingresos para los promotores, ha degenerado el sentido musical innato de la Humanidad.

Los niños pequeños se mueven y sonrien ante el sonido de campanitas, xilófonos y violines... Pero pronto la televisión y los familiares  empiezan a animarlos a moverse ante sonidos rítmicos, algo aborígenes que estimulan los chakras más bajos, de manera que olvidan el gusto por las melodías cerebrales, elaboradas y refinadas.

Es como un volver atrás, a las cavernas, donde seguramente se aplaudió a quien con un palo empezó a golpear la roca hueca por primera vez... Tenemos que agradecer a ese primer cavernícola que distinguió algunas notas. Descubrimiento muy loable y que inició el ya largo camino del ser humano por las notas musicales, hasta culminar en los grandes conciertos o las bellas sonatas de antaño. 

¿Pero qué pasó después? La música brillante dejó de ser  privilegio de unos cuantos nobles educados, para alcanzar las muchedumbres y hacerse accesible a la gente más -digamos así- común. Aunque inicialmente no estaba tan completamente al alcance de todos... Sino de los más pudientes que compraban un disco con la voz de cantantes al alcance de su capacidad de repetición musical.

Así aparecieron los boleros, las baladas y varias generaciones disfrutaron de canciones que sus ídolos, -a quienes nunca tuvieron la oportunidad de ver en persona- les daban a cuentagotas. Así se atesoraba el cassette y el disco, pues si se perdían, ¡posiblemente nunca se podría volver a oír la tonada!

Terminó esa época y el mundo musical dio un vuelco. Ahí se popularizó la música, para fortuna de la gente común, alcanzando a todo el mundo a precios irrisorios, con la posibilidad de ver a sus bandas y cantantes en persona varias veces en la vida. Lo malo es que en ese instante entró a funcionar el negocio de algunos empresarios, quienes quisieron captar permanentemente la atención del público, por lo que la música se rebajó a niveles insospechados de ritmo aborigen, vulgaridad e incluso violencia.

Opino que está muy bien que cualquiera pueda tener acceso a la música que resuena con su incultura. Pero mi pregunta es: ¿No quedaron familias con más nivel cultural que pudieran requerir para sus retoños otro tipo de sonidos menos básicos y agresivos al oído? La respuesta es que probablemente la música requerida por estos pocos no producía los réditos económicos gigantescos que los "empresarios musicales" buscaban.

Y finalmente, lo peor fue que aquellos que hubiesen podido tener un nivel musical algo más alto, quedaron expuestos al ruido permanente ocasionado por la publicidad y los medios, degenerando su capacidad auditiva al punto de no notar si el instrumento está desafinado o si el cantante no tiene educada la voz.

¡Triste!

Cuidado, los despiertos:
¡No porque todos la escuchen, es música para tí!