A veces nos desesperamos porque la vida parece repetirse sin fin, sin ningún aliciente, sin ningún interés. Nada nuevo... Ningún reto que haga sonreir a nuestro niño explorador.
Resulta que me llegó mágicamente una película de hace más de 10 años, de la que nunca había oido hablar: Source Code (El Código Fuente, o también conocida en español como Ocho Minutos Antes de Morir), que me mostró cómo una entrada en escena repetida muchas veces, puede ser la causa de esa rutina eterna que a veces sufrimos.
El Capitán Colter Stevens, piloto de guerra en Afganistán, aparece depronto dentro de un tren que va a Chicago. No entiende nada. Su identidad está trastocada. Lo acompaña una linda chica que aparentemente lo conoce...
Súper interesante el tema y la extrapolación espiritual que podemos hacer de esta película. Recomiendo que la vean. ¡Es nuestra vida misma!
La interpretación mía consiste en que cuando tenemos una lección qué aprender, o algo que nuestro ser necesita dominar, una maestría requerida en algo especial -y no lo hacemos-, se nos coloca una y otra vez en la misma situación. Esto dura hasta que nos damos cuenta de que nos estamos resistiendo y que somos nosotros mismos los que no nos permitimos avanzar en nuestra evolución de conciencia. (No es culpa del jefe ni de la pareja, ni del gobierno).
Claro que esta idea no es nueva; pero me refiero a que más que fracasar de la misma forma en sucesivos matrimonios, o entrar en el mismo tipo de conflicto en diversos empleos, por ejemplo, ahora lo veo diferente:
Cuando un día se parece tanto a otro, es que en esa situación permanece algo que se espera que resolvamos o que entendamos. Así le pasó al capitán Colter Stevens entrando una y otra vez en el mismo momento y en el mismo tren, hasta que cumplió la misión que se le había encomendado. ¡Exacto!¡Así me pasó a mí por varios años!
Me despertaba, y el holograma estaba igual, esperando que yo desarrollara una labor que detestaba.Veía mal mi entorno y me sentía dominada, limitada por personas que me doblegaban día tras día.
Hasta que decidí que debía aceptar la situación y observarla con detenimiento de manera neutral, porque era ya evidente que había un propósito para volver allí cada mañana. ¡Lo entendí! Vi que nadie quería dominarme... Eran mis pensamientos los que me hacían reaccionar a lo que era mi función en ese momento.
Tenía que aprender la lección 1.549 de mi curriculo. Ja! ja!
Recordé que soy eterna... no estaba perdiendo tiempo... Si estaba dejando de hacer algo que hubiese preferido, ya lo podría elegir en unos años o en unos eones más. Y me puse a realizar la rutina, esta vez con entusiasmo y sin mala cara. Y oh! magia! Todo cambió y la pasé muy bien.