Cuando le damos vueltas al difícil concepto del "Todos somos Uno", nos llegan infinidad de inquietudes que bloquean nuestra comprensión.
Por ejemplo: ¿Cómo puedo yo ser otro? ¿Cómo puedo ser yo lo mismo que un delincuente o un salvaje? No tenemos casi ninguna evidencia de la conexión, excepto, tal vez, entre madre e hijo las corazonadas, y algún otro sentimiento anticipado de difícil demostración. Pero no más.
Pero que seamos los Hijos de Dios... Más exactamente, una sola entidad que es el Hijo de Dios, es casi incomprensible. Además, si le agregamos el inconveniente de que en ese caso Dios ya no sería Todo, sino que estaría fraccionado... ¡Qué complique!
Pensando en esto, se me ocurrió que nuestra situación sería literalmente similar a la de un organismo, un ser vivo, que está compuesto de células individuales, con funciones preestablecidas y con ligeras diferencias en su estructura. Lo que no haría que una de ellas tuviera valor independiente, sin las demás. Sería absurdo. El más tonto de los pensamientos ocurriría cuando una célula del organismo quisiera ser más que las demás, maltratara a otras o quisiera apoderarse de los recursos que las mantienen vivas, a expensas de destruir a otras.
Esta actitud sería una catástrofe para el organismo vivo, pues algunas funciones ya no serían realizadas por haber desaparecido las células encargadas de ello, mientras que otras empezarían a crecer incontroladamente (cáncer?), enfatizando solamente una función, que terminaría por enloquecerlo.
Pues sí. Lo que pasa es que esa es nuestra situación: Nos encontrábamos originalmente en unidad, en un estado de total armonía y felicidad, sin miedo, sin rivalidades, sin competencia, porque sabíamos quienes éramos y nos contentábamos con ser parte del Ser, que existía gozoso y sin preocupación, gracias a la colaboración de todos.
No obstante, en un momento dado que algunos llaman La Caída o la Expulsión del Paraíso, se creó la ilusión de que estábamos fragmentados en "personas", quienes se dieron cuenta de que podían considerarse independientes y diferentes entre sí. Fue un momento en que la conciencia cambió, deformando la percepción y creando al Ego, que antes no tenía cabida en esa organización perfecta.
El conjunto cayó en un sueño profundo, en el que empezó a imaginar epopeyas, ataques y calamidades a los que debía hacer frente individualmente, repartido en millones de pedacitos que se sintieron solos y desvalidos, dedicando su conciencia nada más que a defenderse de los demás y del entorno hostil en el que creyeron estar.
De manera que sería tarea ardua ir a decirles a las células del organismo que despierten. Que reconozcan que son un solo organismo feliz... Que dejen de guerrear entre sí y de temer perder sus nutrientes, porque estos son infinitos cuando hay armonía y unidad. Porque todos dependen de todos y en esta dependencia está el gozo de existir.
Eso trató de decir Jesús, cuando vino... Pero casi que era hablar para locos. Locos que tomaron su mensaje y se organizaron para aprovechar egoístamente las enseñanzas de este maestro y para controlar las masas angustiadas y sin rumbo.
¿Qué hacemos entonces?
Tratemos mediante este y otros símiles útiles,
de comprender que sí tenemos un propósito y una función...
Que no somos huérfanos en un tristemente llamado Valle de Lágrimas... Y que la solución está en volver a mirar a nuestro prójimo de otra manera, comprendiéndolo como si fuera uno mismo...
¿Será tal vez ése el camino de retorno a la Unidad y la hasta ahora esquiva Felicidad?