Qué atractiva posibilidad la de pasar una Navidad en tregua. Y más aún, que este descanso no sea temporal, sino indefinido.
Para siempre. ¡Definitivo!!!
Si personalmente depusiéramos nuestras armas contra el mundo y nuestros semejantes, obtendríamos un panorama ya olvidado... Algo que viven solamente los habitantes de pueblitos "atrasados" y distantes de la "civilización moderna". Porque nosotros, aunque aparentemos otra cosa, siempre estamos batallando.
Nos agota la lucha, pero parecemos no cansarnos de ella.
Es tanta la costumbre de estar peleando o defendiéndose, que llegamos a temer la paz.
La paz, -para los que nacimos dentro de los conflictos y alimentamos en nuestra vida esta tensión-, es algo tan desconocido, que no sabemos cómo actuar dentro de ella.
¿Qué tal que le sonriéramos al conductor imprudente que nos acaba de rebasar? ¿Para dónde irá? Que Dios le ayude a resolver su problema. Si más bien le desearamos que llegue a tiempo a su destino y logre distensionarse, ¿Qué perderíamos? ¿Podremos hacer eso?
Qué tal si le dijeramos a la cajera del banco que comprendemos su situación y que vemos cómo es de eficiente, a pesar de la larga cola que hemos tenido que hacer para cambiar un cheque?
¿Qué tal si le dieramos paso al peatón?
Qué tal si le regaláramos un minuto de conversación al mendigo, en vez de considerarlo una incomodidad en nuestro camino?
Colombia se enfrenta a una incipiente posibilidad de paz, que nos da miedo a los colombianos.
Nos da miedo ser engañados de nuevo. Burlados por quienes nos dejaron casi sin patria. Los que acabaron con nuestras comunidades, nuestra agricultura y nuestro turismo.
¡Sí que es difícil confiar!
Pero de lo contrario, ¿Qué nos queda? ¿Seguir en la zozobra? ¿Continuar siendo un país "especialmente violento"?
Esta es una Nueva Era. El planeta transita por nuevas energías... ¡Démonos una oportunidad!