Trato de ser consciente y aceptar en mi corazón lo que racionalmente me ronda después de años de meditar en busca de la Verdad.
Abro los ojos y reluce un día de sol incomparable.. Único, aunque frecuente... Con un verdor que habla de vida infinita y cíclica y pétalos coloridos que no pueden cantar más que al amor.
Sin analizarlo, busco aceptarlo.
Vengo de donde vengo y de donde encajo:
del Hogar inmenso y cálido donde soy. Simplemente, Soy.
Sin necesidad de justificación ni de concurso.
Pero por ahora,
Estoy aquí en el Azul...
Lo mismo que podía estar en el Violeta
-que a veces, en mis incomprensibles nostalgias recuerdo y añoro-.
Podría tener hermanos grises, de tres ojos y tres brazos...
es cuestión de la dimensión escogida, según nos contaba Carl Sagan.
Me reconozco parte del Observador
y por ello observo,
tratando de no enredarme tanto. De no tomar partido. De no acalorarme.
Cierro los ojos y me reconforta el instante en que estoy de vuelta, Ahí, por fin.
Aunque no sé con Quien. Pero lo venero y lo siento muy mío.
Es la Sustancia que todo lo penetra y todo lo permea. Fuera de la cual no existe nada: Ni cosas, ni seres.
Así que siguiendo a Lao Tsé, digo:
Como no sé su nombre, lo llamo Tao.
Porque el nombre que puede ser nombrado, no es el verdadero nombre.
El Principio del Cielo y la Tierra no tiene nombre...
Y si tuviera nombre, sería dual: sería la madre de la ilusión.
Sería la madre de los diez mil seres.