Aquellos de nosotros, -los mayores- que vivimos la transición a esta modernidad y tenemos la fortuna de tener recuerdos de infancia, cuando las cosas eran diferentes en cuanto a familia, recreación, educación, comunicaciones, acceso a la información entre otros temas, tenemos la capacidad de comparar y analizar más críticamente la situación actual, cosa que no pueden hacer las nuevas generaciones.
En ese sentido, algo que nos deja siempre perplejos es el cambio ocurrido en "el médico".
La extraña transformación en la forma de aplicar la medicina: el cambio en los métodos de diagnóstico del "ojo clínico" a los análisis de laboratorio, y la renuncia a la curación, cambiandola por paliativos y medicinas que tienen que adquirirse de por vida...
Por no decir la degradación de la profesión, a tal punto, que quienes están forzando el cambio hacia el reseteo mundial ya declaran que la medicina está entre las profesiones que van a reemplazarse por la inteligencia artificial. Y ¿cómo no? Si la suma de dos síntomas -detectados por el mismo paciente- producen automáticamente en el computador de la institución el fármaco y la dosis a administrar?
No solamente es triste, sino peligroso, que casi la totalidad de los médicos están dependiendo para su sustento diario del pinche salario que les da el Sistema, matriculados todos en los pseudo servicios de salud del estado. Todos bajo el paraguas de una Academia vendida a las grandes Farmacéuticas y bajo la batuta absolutista de organizaciones más políticas que científicas, como la Organización Mundial de la Salud.
Desapareció entonces el gran prestigio de la profesión médica y el gran orgullo de la familia que podía decir que tenía un hijo médico, por ejemplo. Las facultades de medicina dependen totalmente de las farmacéuticas, que son quienes las mantienen económicamente.
Porque, por ejemplo, mi pobre doctor del seguro, persona muy amable y buena, -no lo puedo negar y a lo mejor con vocación, inicialmente- cuando yo llego a la cita médica con él, ya me muestra en su rostro y en su saludo la angustia de "estar atrasado". El desdichado solamente cuenta con 20 minutos por paciente y la posibilidad misma de que no alcance a atender al último turno planillado, le da físico pánico, por las represalias que puede tomar su contratante. ...Y me lo cuenta apesadumbrado...
Luego viene la segunda parte: Sin permitirme mostrarle mi dolencia, se coloca frente a la pantalla de su computador y empieza a escribir frenéticamente toda frase que yo diga. (¿No habrán pensado en desarrollar tal vez, una taquigrafía moderna para médicos? Porque él hace lo mejor que puede, pero no le enseñaron la asignatura de mecanografía... y le cuesta...)
Le cuesta tanto esa labor secretarial, que no atiende a mis palabras en su afán de transcribirlas.
Yo busco sus ojos para contactar a ese ser humano superior y sabio que pudiera resolver el dolor agudo en mis pulgares... pero él carece de la calma necesaria para mirarme. Ni mucho menos tocarme, porque perdería tiempo y peligraría su triste empleo.
Algo sobre ese tema, hablando de los especialistas de ahora, se presentó este mismo blog en el 2010.