miércoles, 11 de octubre de 2023

¿Estamos rotos en pedacitos?

Dice Max Igan que cada vez que aceptamos cosas con las que no estamos de acuerdo, o que cedemos a la presión de la sociedad para estar políticamente correctos, estamos perdiendo una pequeña parte de nuestra alma que, termina fragmentada en pedacitos. Un rompecabezas con fichas que me gustan y fichas que no me gustan.

Puedes ver este tema también en video de Youtube en este link: https://www.youtube.com/watch?v=dsCgclJyrgA

La narrativa general, impuesta, por los medios de comunicación y la publicidad en primer lugar, y por condiciones más particulares como la religión, el grupo étnico, la nacionalidad, la moda entre los amigos, entre otros, nos llevan desde la infancia a tratar de ajustarnos a ella, aunque contradiga lo que llevamos dentro como más lógico.

El caso es que terminamos siendo pobres seres asustados, cuya cobardía los guía, sin que sepan a dónde, pero que usan diversas máscaras que aparentan una confianza que no tienen.

Eso pasa poco a poco a lo largo de los años… Casi no lo notamos…

Pero, ¿Vale la pena venir al mundo a eso?

 

La causa de esta tonta actitud es que, aparte de la muerte física, el peor miedo que tenemos es la muerte social. O sea, el miedo a ser ridiculizado o rechazado por los demás.

Miedo de que digan que vivimos en otro mundo… que no estamos actualizados…

Temor a que piensen que no estamos bien informados, que no hemos oído la última noticia  que marca la pauta, o que tal vez creemos tonterías diferentes a las cosas que ya oficialmente se han declarado como verdad.

Curioso que la opinión ajena sea tan importante para nosotros.


Sentimos como que nos van a castigar y nos pondrán un gorro con letrero de “bruto” públicamente.

Y así, nos vamos cayendo a pedazos, de manera que cuando ya tenemos unos años de madurez, ni nos reconocemos nosotros mismos.


Es que ¡ya no somos los mismos! Somos una colcha de retazos armada por nuestro temor al ridículo.

Al final, ya no queda de nuestro altruista y honesto yo juvenil, más que una sombra en nuestros escritos viejos, escondidos a la vista de la familia, incluso.

¿Vale la pena destrozar así nuestra alma? No creo.

Entonces, en adelante, escojamos lo que vaya con nuestro pensamiento básico interior. Con nuestro ser verdadero.

No vinimos aquí a escondernos. Vinimos a hacer crecer nuestras almas. A disfrutar de nuestros talentos particulares, aunque no estén a la moda.