jueves, 18 de junio de 2015

La Gran Obra de Teatro

Un símil para comprender un poco la vida que aparentamos tener es la de una gran obra de teatro. En ella Dios es el impecable actor y nosotros somos también Dios, el impecable público que quiere ser sorprendido y pasar un rato agradable (o divertido, o emotivo, o interesante, o de acción o de suspenso o de terror).


Tal como dicen las filosofías orientales, Dios no es un creador externo, ni un jefe imponente, sino que es la Creación misma... El Todo del cual se origina lo real y lo imaginario también.

En consecuencia, en esta obra de teatro, Él representa absolutamente todos los papeles. El santo y el malandro. La flor y la cascada. Él es el tornado y es la casa que se doblega ante él. También es el niño asombrado y el sabio inquisidor. La víctima y el victimario.

Así, según Bill Harris, el Infinito se divierte (por un "tiempo" definido) haciendo  ventanas de auto conciencia, que al sentirse "centro", le dan la necesaria impresión de separación e individualidad. 

Esas ventanas concientes somos nosotros, las personas, y tambien el árbol, la laguna y el caballo.
Están siempre allí donde aparece un "yo" y un "no yo", condición necesaria para iniciar cualquier juego. (Para poder jugar debe haber alguien más -diferente de mí- con quien jugar).

Al aparecer uno o más centros en el Todo, hace su aparición también el famoso proceso de la percepción, que es definitivamente ilusorio, pero que al Espectador le sirve como instrumento de actividad y distracción. 

El juego extremo aparece cuando se logra "desconocer" el resultado de la obra o del juego; porque saberlo todo no es muy emocionante.
Así, el truco es olvidar que se está en la obra de teatro, consiguiendo con esto "ser sorprendido", que es la gracia de la película. Porque si todo lo sé, se perdió la sorpresa para mí.
Esto pasa precisamente cuando en nuestra Humanidad, los personajes olvidan que ellos mismos crearon la obra y que son simples papeles los que están representando. 

Ahí aparece el desconfort y el dolor, y se inicia la lucha y la agresión mutua. De ahí es que debemos salir, para regresar al gozo permanente, o tal vez, a otra obra de teatro que Nos plazca hacer.

En este orden de ideas, es interesante ver al mundo: La variada gente de la calle, que vemos pasar, resulta ser Dios en diversos papeles. Uno es un mensajero, otro es un banquero. Y Él juega a interactuar consigo mismo, pues él es Todos.

Cambia radicalmente nuestra visión. Desaparece la necesidad de la caridad, la moral, la rectitud y todas las demás virtudes. Porque en esta hipótesis de las ventanas de auto conciencia, que surgen en todos los seres, incluso los inanimados, es posible regocijarse viendo a Dios.

A lo mejor, esto ya nos lo habían dicho algunas religiones, pero se entendía de otra manera. Esta forma de mirar las cosas se me hace de gran profundidad y fácil comprensión, orientándonos automáticamente hacia la comprensión y compasión por el prójimo. Nos causa una sonrisa el ver asomarse a la Gran Inteligencia en cada nube... en cada ave... en cada persona.

A mí me ha ayudado mucho en la vía de mi auto pacificación. No es posible despreciar a nadie ni enemistarse con nadie...

¿Cómo podríamos sentir animadversión por alguna manifestación de Dios?