Como en tantos temas, nos tienen encarretados con la tal Tecnología, a tal punto que, cualquier amigo nuestro dirá: "No entiendo cómo pudimos vivir sin ella".
Y yo le respondo: "Sí señor. Durante muchos años vivimos sin la tecnología y en realidad, mirándo con detenimiento, ni nos hacía falta."
Lo que está sucediendo ahora, -y en especial a los jóvenes-, es que nos estamos volviendo totalmente dependientes de ella, lo que, probablemente fue la intención controladora de quienes tan "generosamente" pusieron al alcance del pueblo esos adelantos.
Todo nos habla de qué afortunados somos ahora de tenerla a "nuestro servicio".
¿No será que éramos más libres antes?
Analicemos un aspecto común: El teléfono celular inteligente.
Maravilloso es, que en el instante que recuerdo una conversación pendiente, le envío un audio a la persona destino, sin importar la hora... y espero respuesta. Porque toda la gente que conozco está instantáneamente a mi alcance y yo, al alcance de ellos para toda clase de temas, casi todos sin importancia.
Lo anterior vale para el insistente jefe, para el novio celoso, para el vendedor incansable, y todos los amigos desocupados, fanáticos de algún tema banal, como la política, el fútbol o los divorcios de los cantantes.
Pensemos: ¿Sí es en realidad tan bueno estar a la mano de toda esa gente, que se da cuenta si leo o si no leo su mensaje, o de si evito responder su llamada telefónica?
Pero ¿Cómo funcionaba antes?
¡Sencillo! Si quería llamar a mi amiga, no lo hacía en horas laborales, sino después del trabajo, a su casa, con toda la tranquilidad para conversar un tiempo relajadamente (y nunca a la hora de comida).
Y si acaso estaba en la calle y debía avisar algo urgente a mi casa, o pedir un dato, buscaba un teléfono público (que los había en las esquinas, en los almacenes grandes y en las tiendas más sencillas) y llamaba al teléfono fijo, que era el único que había. Esta actividad era puntual y terminaba una vez lograda la comunicación mediante una moneda de 25 centavos.
Pero ahora, ¡no es así! El tema sigue y sigue, y el timbrazo me asalta cuando estoy hablando con el empleado del banco, o subiendo al transporte o saludando a un conocido. ¡La llamada siempre interrumpe! Corta todas las situaciones, cambia de tema mi cabeza y me lleva a brincos sin dejarme enfocar en nada.
Igual sucede si quiero trabajar. ¿Cuántas llamadas del jefe para saber si realmente estoy avanzando con la labor? ¿Cómo podría avanzar con tantas interrupciones?
Sumemos al amigo que reside en otro pais y no vemos hace años, al que se le ocurre llamarnos en medio de la reunión de trabajo mostando gran estusiasmo por hablarnos, precisamente en ese momento.
Todo eso es muy molesto e incontrolable. Pero lo peor es que estamos totalmente atrapados, y no podemos dejar el celular ni para ir al baño. ¿Es eso un humano avanzado? Más bien, ¡un pobre ser!
Por ejemplo, si se nos quedó por descuido en la casa, debemos devolvernos, aunque lleguemos tarde al trabajo, pues es imposible pasar un día sin el celular.
¿Cómo sobrevivimos entonces, antes sin él? Pues, simplemente ¡Éramos libres!
Sí teníamos un medio útil de comunicación en la casa, que era suficiente (pero nunca al jefe se le ocurría llamarnos a nuestro hogar ni mucho menos en la noche).
Lo que dije: ¡Éramos libres! Ahora no lo somos.