En el tal vez confuso momento de la muerte,
solamente es necesario mantener una frase en la conciencia:
¡Soy Hijo de Dios!
Probablemente, sea esta frase lo único que necesitemos conservar en la mente para ser inmunes a la ansiedad, el miedo a lo desconocido y todas las etapas preocupantes que un libro tan famoso como el Bardo Thodol (Libro Tibetano de los Muertos) anticipa.
Toda la complicación que por ejemplo en la cultura tibetana implica tener durante varios días al lado del moribundo un shamán, especialmente entrenado para guiarlo por los recovecos de la salida de su cuerpo y el ingreso a una nueva situación post-mortem, se obvian con nuestro mantra maravilloso.
Nos ahorra también el famoso miedo católico a no tener un sacerdote como compañía en ese momento... O los sacramentos de la extrema-unción y otros ritos que nos han dicho que eran importantes.
Nos ahorra también el famoso miedo católico a no tener un sacerdote como compañía en ese momento... O los sacramentos de la extrema-unción y otros ritos que nos han dicho que eran importantes.
¡Soy el Hijo de Dios! ¡Nada menos!!
Mantra que funciona mejor y mejor en proporción a la credibilidad que le hayamos dado durante el tiempo de vida física.
Nuestro problemita de memoria que impide que sepamos quiénes somos,
se soluciona de un solo pincelazo, con el uso y la interiorización de esta frase.
¡Somos una emanación del Todo!
¡Nuestro Creador no nos ha separado de Él!
¡Qué maravilla! ¡Qué tranquilidad!
Entonces, a pesar de nuestra amnesia...
¿Qué miedo podríamos tener en ese crucial, pero natural momento?
¡Soy el Hijo de Dios!
¿De qué me puedo preocupar?
¿Qué podría temer?
Recordando este simple ejercicio, que incluso podemos practicar antes del momento de la transición, estaremos a salvo de los aspectos desagradables y de incertidumbre que la muerte puede significar para nosotros.
Así que, es un muy buen negocio adoptar una frase tan trillada como escudo, al mirarla de esta nueva manera. ¿Verdad?