domingo, 18 de junio de 2023

El error de "evangelizar"

No tengo claro si el impulso hacia convencer a nuestro prójimo de lo que nosotros creemos es algo natural, que -como declaran las diversas doctrinas- se hace por amor al otro, o más bien, es algo inculcado por su propia organización sectaria, que requiere más y más prosélitos por dos sencillas razones: poder y dinero.

El primer caso se expresa tiernamente en una experiencia propia, cuando un chiquillo de familia mormona me decía lloroso: "¡Yo no quiero que tú te vayas al infierno!". ¡Terrible sufrimiento! ¡Pobre niño!. Tan pequeño y ya le habían dicho que quien no abrazara la fe de John Smith se quemaría en infierno. ¡Huy!


Y otro tanto hacen los demás grupos doctrinarios, con tal de que todos sus seguidores atraigan más y más fieles que, entreguen puntualmente sus diezmos hasta constituir organizaciones internacionales de gran poder y riqueza.


Y no se diga lo que ha hecho la iglesia católica durante siglos con sus "misioneros", que valientemente y muy convencidos de su misión, exploraron todos, pero todos, todos los rincones del planeta con el fin de "evangelizar" y erradicar cualquier filosofía que no fuera la suya. Las parroquias recogen las limosnas de los creyentes y tienen que enviarlas a ensanchar las arcas del Vaticano, aunque el párroco viva casi en la miseria y su comunidad necesite ayuda. Por eso, los sacerdotes ahora gastan la mitad del tiempo dominical en una locura de bingos, rifas y promoción de viajes, ya sea a Tierra Santa o a Melgar, con tal de recaudar algo para por ejemplo, empezar a reparar la iglesia. Porque al contrario de lo que uno pensaría, el dinero no fluye de Roma hacia las parroquias pobres, sino al contrario.


Es curioso: ¿Por qué no dejar que cada quien crea lo que quiera creer? Por qué amenazar al oyente ingenuo con fuegos eternos y horrores apocalípticos si no aceptan la doctrina con la que simpatizamos?

Al respecto, en una perspectiva muy positiva con la que me identifico, me encantó una frase de Ernest Holmes, fundador de los Centros Unidos para la Vida Espiritual, quien decía  a mediados del siglo XX a sus seguidores:

"No estamos en una misión de tristeza para salvar almas -ellas no están perdidas, y si lo estuvieran, no sabríamos dónde buscarlas-; estamos en una misión que glorifica el alma.

O sea, no hay que pensar que estamos aquí para la salvación, sino para la glorificación de 

¡La belleza, la maravilla, la delicia de ese Algo que canta y canta en el alma del hombre!"