martes, 25 de marzo de 2014

El Espíritu de los Animales

En mis tempranas lecturas sobre la naturaleza de la vida, encontré y siempre he estado convencida de que existía un gran Espíritu de los Animales, que se subdividía especializándose en especies y razas, y finalmente controlaba como títeres, a los individuos de su grupo.

Así, esta teoría explicaba lo que yo observaba sobre los animales que estaban al alcance de mi análisis: los perros y sus razas. 

Deducía yo, al mirar su forma de reaccionar, que cada raza de canes estaba controlada por una sola "alma"; el alma de los pequineses o el alma de los doberman, que funcionaba en la vida de los perritos de la misma forma en que una mano maneja títeres con sus dedos bajo un guante.

El Espíritu se escondía bajo los pliegues de la cobija, expresándose en la cotidianidad como n-perritos que actuaban de manera similar. Esta unidad básica hacía que todos los bulldogs se parecieran muchísimo en actitud, talentos y personalidad, de manera que al decidirse por uno de ellos como mascota, se podían anticipar fácilmente sus cualidades y defectos con muy bajo margen de error. Uno podía pensar que poseía un shi-tzu único por lo cariñoso y consentido, pero resulta que para efectos prácticos, era idéntico al del vecino, pues en el fondo, eran manejados por una sola fuerza que los animaba y les confería su estilo: el alma de los shi-tzus.


En mi cavilar, extrapolé este descubrimiento a otros grupos de seres vivos: los altivos caballos, posiblemente a las temerosas ovejas, a los malvados gavilanes, a los glotones cerdos y a los inteligentes gatos. Todo ellos estaban controlados por un solo espíritu que los hacía poco menos que clones.

Recordando eso hoy, mientras pensaba en el difícil concepto de la Unidad de los seres pensantes con el Uno, de pronto entendí que dicha integración humana podía generarse por un fenómeno parecido al que durante toda mi vida me dio explicación a lo idéntico de los individuos de la misma especie animal.


Qué tal si todas las personas estuviesen conectadas debajo de la mesa, expresándose en varias y coloridas personalidades, pero manejadas por un solo Espíritu? Ese pensamiento me sacudió. ¿Cómo era posible que yo le hubiese encontrado lógica por años, a la teoría de los títeres de dedo para los animales, dejando olímpicamente por fuera una especie, el ser humano?

Regresé entonces al concepto de Unidad y todo se volvió muy lógico: En la teoría de la mano con marionetas radicaba la hermandad que Jesús pregonó de los hombres. Bajo la sábana estaba la esencia que animaba a la Humanidad, manteniendo, sin embargo, su igualdad en muchísimos aspectos: su permanente búsqueda de la felicidad, su solidaridad innata, sus sueños de heroísmo y generosidad, sus miedos a la pobreza y a la vejez, su atracción hacia el amor en cualquier forma, su necesidad de cariño, etcétera. Uniformidad de especie que se destaca muchísimo más en los recién llegados: los niños.

Se explica entonces, fácilmente, que todos somos uno y que es posible ahora comprender que no se podría ser feliz mientras otros sufren, ni vivir en la abundancia mientras otros tienen hambre. ¿Cómo en una mano un dedo puede prescindir de otro? Me acuerdo de Thich Nhat Han... Ya lo había dicho en este blog...

Y me acuerdo del boddhisatva que no puede entrar en el Nirvana sino hasta que el último de los seres lo haga también.

Aunque a primera vista no lo parezca,

¡SOMOS UNO SOLO!