El Ego controla nuestra mente. No podemos centrarla siquiera porque es volátil, salta de un tema a otro y disfruta remachando aquellos pensamientos que nos molestan o nos asustan.
Interpretamos al antojo del Ego lo que sucede, lo que nos pasa y la actitud de nuestros semejantes, con una fuerte tendencia a la agresión y al temor. De allí nacen los permanentes malentendidos, los conflictos, los odios y la violencia.
La triste verdad es que nosotros mismos nos creamos un escenario que no nos gusta, que nos hace pasar muy malos ratos, pero no nos damos cuenta de cómo funciona ni cómo estamos de enredados por nuestra ociosa y temerosa mente.
De ese caos, que es el proyector, la fuente de la película, resulta el mundo caótico que vemos:
¿Cuál sería un paso hacia la corrección de este problema existencial tan grave?
¡Vigilar nuestros pensamientos, deteniéndonos cada vez que nos veamos a punto de juzgar a los demás, de predecir el fracaso de una situación o de calificar acciones de otros como malintencionadas!
Es un trabajo muy difícil e implica toda nuestra concentración. Pero trae recompensas inmediatas y tangibles en cuanto a la paz interior.