Nuestro ego quisiera eternizarse en el cuerpo y en cada objeto que encuentra atractivo. Y mucho de su trabajo es tratar de que todo dure para siempre. Así inventó el plástico.
El ego teme muchísimo a la muerte. Por eso su vida es sufrimiento, como lo dijo el Buda.
La naturaleza, en contraste, en su alegre aceptación de las cosas como son, acepta y disfruta del cambio.
Ahí aparece la magia de los residuos y su degradación.
¿Quien pensaría que unas cáscaras de fruta, huevos, verduras malolientes y fermentadas en la caneca de la basura de un restaurante pudieran muy rápidamente significar un jardín de lirios?
Los sobrantes de la comida preparada en el restaurante esperan impacientes que el camión municipal las recoja. Huelen mal y atraen moscos infecciosos. ¡Son todo un desastre! Enorme problema de almacenamiento de algo que ninguno quiere permitir cerca de su casa. ¡Sin que nadie reconozca su capacidad de desintegrarse y convertirse en abono!
¡Cómo podríamos alimentar los suelos de nuestra Linda Gaia,
si nos detuviéramos a programar la recolección
de los residuos orgánicos en nuestras ciudades!
Las verduras ya no nos surten los minerales y vitaminas de antes, porque hemos agotado los suelos agrícolas con pesticidas, sobre-uso y facilitando la erosión.
¿Se imaginan esos campos renovados con el compost obtenido de los residuos orgánicos de la ciudad? ¿Se imaginan nuestra buena salud, sin necesidad de suplementos químicos y pastillas, cuya fabricación implica gran contaminación por parte de la misma industria? Sin contar con el engaño con que nos venden sus fármacos, generalmente imposibles de asimilar por el organismo.
¡Y no es difícil hacer compost! Lo hace la naturaleza sola cuando le damos la oportunidad y el espacio adecuado.
Esto lo saben muchos, pero prefieren las cosas así, como están. Porque significan ganancia económica para unos pocos o simplemente por la infinita pereza que nos caracteriza cuando se trata de mantener nuestro hábitat.
Miremos con otros ojos a los restos de comida y separémoslos del resto de la basura, pensando en su potencial de vida.
INSTRUCCIONES: Si tenemos un espacio en el jardín, hagamos dos pequeños huecos, guardando a un lado, bajo un plástico, la tierra que sacamos.
Escojamos uno de los dos huecos y empecemos a rellenarlo con los restos de comida, cáscaras,peladuras de papa y verduras. Con sobras de los platos también.
Escojamos uno de los dos huecos y empecemos a rellenarlo con los restos de comida, cáscaras,peladuras de papa y verduras. Con sobras de los platos también.
Para que no huelan mal, podemos cubrirlos con algo de la tierra que dejamos al lado. Cuando finalmente se llene, lo taparemos con tierra
y empezaremos a llenar el segundo hueco.
y empezaremos a llenar el segundo hueco.
Y cuando finalmente tras varios meses, el segundo hueco se llene,
destaparemos el primero
¡Y notaremos que se ha convertido en tierra negra,
aprovechable en nuestro jardín o huerto!