Como Humanidad, en eras antiguas conocíamos muchas verdades que la tradición oral, seres superiores, alienígenas, guías espirituales... nos habían permitido conocer de nuestro origen. O tal vez, a pesar de ser más elementales, manteníamos algo de comunicación mística con nuestra Fuente, de manera que sabíamos quiénes éramos y donde estábamos.
¡Sabíamos que todo estaba interconectado!
¡Sabíamos que el daño que se hace a otro o al planeta, se hace a sí mismo!
Luego, nos lavaron el cerebro colectivamente...
Esas comunidades mantenían sistemas de gobierno basados en la experiencia y en la sabiduría. No en la fuerza, el engaño ni las ofertas de dádivas que se usan hoy en la política. Tenían profundas amistades con sus vecinos y funcionaban con trabajo comunitario gratuito cuando alguno requería más mano de obra que la suya propia.
Así eramos los seres humanos.
Pues, mediante ideas transmitidas frontal y subliminalmente (creíamos estar a salvo de esto), fueron cambiándonos de seres amables y confiados, en personajes en competencia eterna, aterrados por la posibilidad de quedarse sin subsistencia y recelosos del prójimo, al que definitivamente, no amamos.
Como dice Gregg Braden, quien primero nos torció este enfoque vital fue Charles Darwin (quien siempre declaró que sabía su teoría no iba a ser aceptada, por sus errores y falsas premisas). Lo hizo publicando su libro Origen de las Especies por Selección Natural, donde dice dos cosas:
- Que la vida se da por un casual azar afortunado y
- Que la evolución se da por Competencia y supremacía del más apto
Proceso de centenas de años. Incluso, ya lo traemos en nuestro karma por haberlo asimilado por varias vidas... ¡Qué horror!
¡Ese fue el método craneado astutamente para dividirnos! Y ahora, lo que nos toca es
¡Unirnos de nuevo!
Nuestra verdadera escencia está basada en la Cooperación, no en la Competencia y eso lo debemos volver a aprender.