En las profundidades y matemáticas complejas de la Mecánica Cuántica, está la Geometría Fractal y las llamadas Variedades de Calabi Yau, desarrollo matemático del espacio, hecho por dos científicos cuyos apellidos dan nombre a esta anomalía.
Se trata de una cuadrícula de formas geométricas cuánticas que está en todas partes, aunque no la veamos. Son estructuras de 6 dimensiones que en la Teoría de Cuerdas expresan las dimensiones totales extra, con simetría de espejo.
Según Wikipedia, las variaciones de Calabi Yau se presentan de muchas formas diferentes: Ofrecen las representaciones matemáticas de las posibles dimensiones "espaciales" que se encuentran enrrolladas equidistantemente en distancias semejantes a la de Planck, adicionales a las tres dimensiones macroscópicas que nosotros actualmente percibimos.
Las formas típicas de las variedades Calabi-Yau tienen unos agujeros en forma de rosquilla que pueden contener en sí mismos varias dimensiones adicionales (agujeros multidimensionales). Estos agujeros desempeñan un papel importantísimo en el estado oscilatorio de la energía mínima de las partículas elementales en la Teoría de Cuerdas. Ver la figura siguiente para el aspecto detallado del desarrollo de la fórmula:
.Al extenderla al espacio circundante, la resultante del entramado cuántico se vería, algo así, como la siguiente figura reticular:
Ahora viene mi historia, que pretende darle un toque de veracidad a esta física moderna que se aleja tanto de nuestra comprensión racional, y es esa la razón por la que hoy cuento esta anécdota:
Durante mis estudios de Maestría en el bellísimo campus de la Universidad San Francisco de Quito, acostumbraba a aislarme en el llamado "Jardín de Buda" a meditar un rato entre las estatuas orientales de piedra, al lado de la Pagoda donde se dictaban excepcionales lecciones de Tao y meditación Vipassana, que no eran exactamente mi línea, más orientada al Zen, pero que yo respetaba mucho.
Una mañana me senté en la grama en posición de semiloto, en mis jeans y mi camisa indígena bordada de colores, a meditar. En frente mío, a unos 4 metros había un árbol mediano. Con los ojos semiabiertos, mirando al suelo frente de mí, me dejé llevar por la tranquilidad del sitio y el sonido cantarín de la cascada, logrando, con poco esfuerzo, detener el bullicio de mis pensamientos.
De pronto, los párpados cansados empezaron a cerrarse casi totalmente y ví, nítidamente, una retícula azul, similar a la mencionada más arriba en esta entrada.
La estructura no llenaba la totalidad del espacio. Tampoco era un plano frente a mí. En cambio, bordeaba mis rodillas y mis pies, descendiendo suavemente de mi cuerpo, contorneando mis piernas, hacia el césped.
Allí, sobre el pasto, seguía toda la superficie del suelo, con su entramado uniforme de color índigo hacia el árbol vecino, a cuyo tronco recubría, subiendo hacia sus ramas. O sea, que lo que parecía era que todos los objetos estaban hechos de la retícula azul transparente, como si fuera un enrejado... como esos maniquíes de alambre...
Como si este de la izquierda fuera el árbol que tenía yo enfrente, pero cuyo tronco, ramas y hojas tuviera marcas de reja ortogonal sobre cada una de sus partes.
Para mostrarles, busqué mucho en la red, pero no logré encontrar nada más ilustrativo de lo que ví ese día, que lo que muestro acá. Curiosamente, las imagenes que más se acercan a lo experimentado ese día son las sicodélicas, como la de arriba, lado derecho. (Aclaro que no había tomado nada raro, ni nunca lo he hecho. Estaba en el intervalo entre dos clases de posgrado).