domingo, 21 de julio de 2013

El Águila de Castaneda

En los libros de Carlos Castaneda, que significaron mis primeras visiones desde una perspectiva diferente a la usual, le dí muchas vueltas a uno de los más profundos y complejos pasajes, en el que Don Juan, el sabio shamán mexicano, lleva a un antropólogo en un nivel de conciencia acrecentado, a acercarse levemente a la Fuerza creadora. Ese es un momento terrible para el protagonista, al que casi sucumbe, ya que, según don Juan, eran pocos los magos que podían soportarlo, por más evolucionados que fueran. Porque el Águila -nombre dado por los sabios indígenas del norte de Mexico a Dios- es una energía gigantesca y cegadora, que además, no "percibe" sino que "sabe" y se comunica de maneras que en nada se asemejan a ninguno de nuestros rudimentarios métodos.

Quedé asombrada con estos capítulos de "El Fuego Interior", porque aunque la imagen divina se alejaba sustancialmente del bonachón dios que me habían enseñado, -más parecido que nada a un papá Noel-, coincidía mejor con lo que mi intuición me indicaba que debía ser verdad.

La fuerza era llamada por los shamanes "El Águila" y era un núcleo de poder inconmensurable que se extendía mediante sus poderosas plumas de colores brillantísimos hasta el infinito. Radiaba con palpitante poder creativo y no era un ente personal para nada. Solamente existía. Era. Lo contenía todo y relacionarse con ella era absorberse en ese brillo descomunal y fundirse ahí sin pensamientos posibles. "Nosotros somos emanaciones del Águila e interpretamos otras emanaciones como la "realidad". Pero lo que el hombre capta es una parte tan pequeña de las emanaciones del Águila, que resulta ridículo dar crédito a nuestras percepciones, aunque por ahora, no las podemos pasar por alto"


Cuando perdimos el Paraíso, cuando creímos ser diferentes de Dios y poder valernos por nosotros mismos, imagino que Él en su grandeza -y porque prefiere estar completo, y no fragmentado- no pudo quedarse indiferente y aunque nos dejó alejar, nos mandó con un guía permanente: nuestro Maestro Interior.

Con esta nueva visión de un Dios que es la suma de muchos big banes y pre-big banes, me temo que al habernos aislado voluntariamente a este destierro material, limitado, ilusorio e impermanente, el regreso no debe ser tan fácil. Ni siquiera un acercamiento de buena voluntad sería posible, pues nuestras débiles peticiones no tendrían destinatario. Significaría la desaparición inconsciente, inmersos en el vacío del potencial eterno.

Entonces, la única opción que encuentro para el regreso es comunicarse indirectamente, ya sea mediante la meditación o también, -y aquí introduzco la idea de hoy-, hacerlo mediante nuestro Maestro Interior.

Ahora que miro hacia atrás, en mis primeras décadas de vida, -como probablemente todos los demás-, yo estaba mejor conectada con el Universo y contaba con instrumentos realmente útiles que luego fui olvidando tontamente, a pesar de que sabía que me servían. Me habían dicho algo sobre "La voz de la conciencia"; esa vocecita que nos susurra si lo que estamos haciendo o planeando está bien  o mal. Al crecer intenté acallarla y anteponer razones prácticas para pasar por encima de sus recomendaciones. Pero nunca la perdí por completo. Ya mayor, acostumbraba comunicarme con esa vocecita a la que llamaba impersonal, pero muy íntimamente, "Tu".

Ahora entiendo que se trataba del Maestro Interior, que está conmigo aún hoy, -y lo está en todos-, a quien yo consultaba toda clase de cosas. Su presencia intangible me hacia sentirme muy segura y confiada e increíblemente, hizo que todo siempre saliera bien en mi vida.

Aquella mía era una costumbre linda que quiero retomar y compartir, en la cual yo decía: "No sé qué hacer en este caso. Decide Tú". Más crecida, si debía presentarme ante alguien importante o dar un examen que me preocupaba, decía "Por favor, habla tu" y las palabras acertadas fluían fácilmente de mi boca, sin poderme explicar cómo. Porque me daba cuenta de que mi insuficiencia en el asunto y mi incapacidad de decisión, era total. En consecuencia, yo simplemente opinaba para mí misma: "No fui yo quien habló. Gracias Tu". 

Igual hacia al escribir y producía páginas que aún me admiran y conservo, pero que no reconozco como de mi autoría. En el momento mismo de haberlas escrito y releerlas, ya no las reconocía. Como si las viera por primera vez. Eso me pasaba, sin tener la intención de lograr nada y estoy segura que todos pueden sacar provecho y paz de ello, como hacía yo.

Entonces, lo que voy a hacer y recomiendo aquí, es retomar ese Maestro Interior, esa Inspiración Universal, ese Guía o Superconciente, ese Espíritu Santo o como lo queramos llamar, y que nos descarguemos de la pesada carga de decidirlo todo, de juzgar y evaluar las situaciones, puesto que si somos realistas, nos daremos cuenta de que no funciona así y que realmente no tenemos control sobre nada en este fluctuante mundo de las ilusiones. ¿Quien podría controlar un sueño creado por millones de mentes dementes?

Relajémonos. Abandonémonos poco a poco al guía superior, que ve las cosas desde otra perspectiva y que sí tiene comunicación directa con el Uno, el gran Águila brillante que nos contiene, y dejemos que la vida fluya libremente hacia donde debe ir, sin intervenir ni bloquear la energía, pues no tenemos el poder para lograr nada desconectados de ella.

Y al abandonarnos así a Dios por medio del Maestro Interior, sentiremos que no estamos perdiendo nada. Al contrario, disfrutaremos del gran alivio de no estar solos ni aislados como creíamos estar, sino que reconoceremos tener un amoroso y poderoso soporte cuya única función es ayudarnos a ver las cosas como realmente son y guiarnos en nuestro camino de hijo pródigo, logrando por fin, regresar al Padre.

Recomiendo intentar esta práctica, que no puede sino traer bendiciones a la existencia.