Una de las características que nos hace humanos es la creatividad; facultad bastante acallada actualmente.
A pesar de que debería ser el factor que diera belleza y diversidad a la Humanidad, brillando de mil colores y formas ingeniosas para gozo del Ser, en este momento, cualquier destello de creatividad puede calificarse como anómalo, si no, de patológico. En cambio, la gente cada vez se parece más una a otra y gasta su vida de idéntica forma.
A los niños se les enseña desde pequeños la imitación, reforzándoles el "buen comportamiento" que no es más que la actuación dentro de lo límites establecidos por quien detenta el control. Con el argumento del bien social, se promueven actitudes dóciles y preestablecidas, para que nadie exceda el estándar y ninguno escudriñe más allá del telón que se le impuso como paisaje. Similarmente al Truman Show, la vida se vuelve tan rutinaria y predecible como una comedia repetida. Y en ella se induce a la gente a perseguir metas similares a las de los demás (cada vez más mediocres), a establecer una familia, cuando no se está preparado para trasmitir nada especial a los hijos (personitas que son primeramente educados por la publicidad perversa encaminada a llenar las arcas de industriales mal intencionados.)
De esta forma, un profesional de una rama dada es prácticamente idéntico a otro y repite las frases que le fueron dadas como dogma en la Universidad (cualquier desviación de esto, deben atacarlo y calificar de charlatán a quien la enuncie).
Un niño es igualito a otro de su nivel socioeconómico en sus gustos y aficiones, pues depende de los comerciales de juguetes, alimentos, estilo y hasta moda.
La mayor parte de las mujeres son también intercambiables, en su superficialidad y miedos aprendidos.
Y los ejecutivos exitosos comparten cada día los mismos titulares que los medios han preparado para ellos, y llaman a esta práctica "estar informados".
Triste, ¿no?
Debemos entonces volver a la espontaneidad. A la libertad. Hacer lo que nos nazca y lo más importante, dejar a los demás que hagan lo que les guste, sin atacarlos con comentarios ni chichés anticuados.
Triste, ¿no?
Debemos entonces volver a la espontaneidad. A la libertad. Hacer lo que nos nazca y lo más importante, dejar a los demás que hagan lo que les guste, sin atacarlos con comentarios ni chichés anticuados.