Yo sí iba a misa con devoción en mi infancia, en la capital del país.
Esa
práctica diaria me aportó espiritualidad y confianza en el misterio.
Me enseñó
a quedarme quieta y a ser reverente con lo desconocido.
Me encantaba la
ceremonia como se hacia en el colegio: luces bajas, incienso,
cantos enamorados a capella... silencios y energía compartida.
Además, tuve la fortuna de tener el
complemento sabio de mi misal para adolescentes, lleno de historias relevantes,
biografias ejemplares y salmos delirantes de amor, me entusiasmaban mucho.
Sin embargo a los 14 años fui a vivir al campo y el sistema educativo al que
me sometí voluntariamente fue otro muy diferente. La Naturaleza tomó el primer lugar y en
ella encontré mi Verdad.
Mi mente se iba abriendo al gozo de encontrar al Ser Supremo en toda la hermosura que iba conociendo al caminar por mi bello pais.
Mi mente se iba abriendo al gozo de encontrar al Ser Supremo en toda la hermosura que iba conociendo al caminar por mi bello pais.
Gracias a la universalidad de Manfred, -mi profesor de filosofía-, supe de mil
corrientes de pensamiento, por lo que empecé a estudiar las religiones
orientales y pude notar que en el mundo había otras perspectivas también muy válidas.
Me sumergí en ellas y empecé a practicar enseñanzas y a ensayar sus técnicas.
Me gustaron mucho porque coincidían con mi adoración por el Infinito en la diversidad de la Naturaleza y daban explicaciones no míticas sobre la existencia.
Me sumergí en ellas y empecé a practicar enseñanzas y a ensayar sus técnicas.
Me gustaron mucho porque coincidían con mi adoración por el Infinito en la diversidad de la Naturaleza y daban explicaciones no míticas sobre la existencia.
También por ese entonces cayó en mis manos la biblioteca de mi adorado
tío Alfredo López Lezama, plena de conocimiento de todas las épocas y de lecturas
no ortodoxas.
Entonces, la ceremonia dominical se me volvió una tortura, pues el nuevo lugar no era el mejor para mi introspección: Se me antojaba demasiado
iluminado, sucio, con una muchedumbre maloliente que predominaba y una
élite que modelaba presumiendo la última moda. El sitio me molestaba
por su ruido y por sus sermones elementales, para los cuales yo ya tenía
argumentos que refutaban fácilmente lo que se decía allí en forma dogmática.
A partir de esa época me declare libre-pensadora y me dedique a escudriñar
la Verdad, dándole la oportunidad de ser oída a toda filosofía, secta y
comunidad que pasara frente a mí.
Ya nunca me deje atrapar por los fanáticos de ningún bando ni religión y me
dediqué a construir mi propio rompecabezas de la Realidad, buscando -como
todos-, ser feliz y además, ser consciente para obtener el control de
mi existencia.
Soy muy tolerante con las ideas religiosas de los demás, y pienso que cada uno tiene su propio nivel y no tiene derecho de modificar el de los demás.
(Por eso además, los misioneros me molestan sobremanera).