El justo deseo de complacerse con algo que le guste a uno, y la capacidad de
llevarlo a cabo sin sentimiento de culpa, es algo muy natural, que
además, es necesario para el bienestar sicológico. La
permanente austeridad y el obsesivo sentido de responsabilidad no son naturales
ni sanos.
Buda siempre habló del justo medio como la vía correcta en la vida. Si el individuo no busca la expansión, ni siquiera en pequeños detalles en
la vida diaria, empieza a comprimir su plexo solar y literalmente su corazón se
acongoja llevándolo a una sequía que puede ser insoportable.
El remedio, por complejas que sean las circunstancias de su momento
actual, está en darse un merecido gustico ocasionalmente... Algo
que esté al alcance o una oportunidad que nos pase enfrente...
Como hace
un gato estirándose y lamiendo por horas su cuerpo... Como disfruta el
ave bañándose en la fuente, sacudiendo repetidamente sus alas y
sumergiéndose en el agua fresca una y otra vez, -sin necesidad,
porque está limpia-.
Como hizo mi abuelita Lela, cuando cumplidos los ochenta la llevé al
mar de Coveñas... Allí me dio una lección de
autodeterminación y control de su vida, muy lejana a la que se esperaría de
una ancianita, comprensiblemente temerosa y dependiente: Nos sorprendió
desapareciendo en la playa desde las 6 de la mañana con un neumático inflado de
camión que había encontrado en un depósito, para pasar horas flotando a la deriva, a
varios kilómetros de la costa, en el espléndido y ruidoso mar Caribe.
Pasamos largo rato buscándola en la playa, sin sospechar siquiera que
la viejita pudiera estar en el agua. ¡Era algo inimaginable para una persona
cuerda! De haber contemplado esa posibilidad, nos hubiéramos vuelto locos de
angustia.
Finalmente, alguien vio en el horizonte un punto negro que subía y
bajaba, que luego los binoculares tradujeron en el vestido de baño negro
de mi abuelita, con sus piernas regordetas colgando del neumático.
Salió un grupo a "rescatarla" y hubo
disgusto al respecto, por el peligro que significaba ese inusitado
"deporte" a los 80 años de edad. Este comportamiento fue calificado por todos los adultos del paseo como
tremendamente imprudente.
Al llegar, Lela, elegantemente pidió disculpas por haber preocupado al grupo, pero
anunció que al día siguiente repetiría la aventura. ¡Y así lo hizo por 8
días! ¡Fue el gran gusto de su vida!