domingo, 24 de abril de 2016

Giordano Bruno



Un monje medieval con fuego en el corazón y unas ganas locas de vivir, entender y superar los límites fue Giordano Bruno.

Claro que algo sabía uno de él por las clases de ciencias: Seguidor de Copérnico, otro cura cientifico...
Por los 1580, una época geocentrista por bula papal, Giordano se obstinó en enseñar que el Universo era infinito, que no había diferencias entre la materia sólida y la materia espiritual,  y que las estrellas eran otros soles con sus propios planetas, sobre los cuáles vivían  otras personas con sus propias creencias religiosas.

Consideraba que Dios era el Alma Universal y que la Trinidad representaba los tres atributos de Dios: 
  1. Poder, 
  2. Sabiduría y 
  3. Amor.
Todo eso está bien... Lo que yo no sabía es que sus ideas, coincidentes con la ciencia de hoy, venían de momentos místicos y de arrobamiento espiritual.

Incluso en su obsesivo meditar sobre el tema astronómico, su experiencia principal fue una especie de viaje astral o de sueño lúcido, en el que se vio elevándose sobre su ciudad, subiendo más y más en el espacio hasta abandonar el planeta.  Allí vio cómo el universo se expandía hasta el infinito y cómo los astros giraban en forma coordinada alrededor de sus estrellas.

En su éxtasis, voló y voló, pensando al regresar que su misión era contarle a la gente lo que había tenido el privilegio de ver. !Que iluso! Como si a la sociedad de cualquier época le gustara cambiar sus ideas arcaicas, y como si los poderosos permitieran el libre pensamiento. Lógicamente,  pereció bajo la inquisición. 

Sin embargo, su historia llena el corazón de ánimo y lo deja a uno como aliviado en estos tiempos de superficialidad, al saber que ha habido gente tan integra y auténtica como él, quien además, escribió cerca de cien libros, entre filosofía, astronomía, nemotecnia y poesia.