viernes, 8 de abril de 2016

El Gen de Dios

Algún investigador se puso a experimentar recientemente con grupos de gente que manifiestan creencias religiosas más y menos firmes, para llegar a concluir que en la genética de la gente espiritual existe un gen determinado, que le asegura la confianza en lo invisible y la facilidad para comunicarse con el Ser Superior.

Dice que hay gente que lo tiene y otra que no lo tiene. ¡Así de sencillo!

Pienso que de ser cierta esa tendencia química-fisiológica hacia creer en Dios, casos límite del desarrollo de este gen se habrían dado en personajes de gran devoción como Jesús, Santa Teresa de Ávila y San Juan de la Cruz. Místicos que con facilidad innata se absorbían en contemplación de la divinidad.

Lo malo es que no siempre lo que se siente viene de Dios... 

Hay quien oye también voces que le guían sin explicación hacia un misticismo medio político: Como el caso de Juana de Arco, que terminó disfrazada de hombre, con armadura y corcel, en una campaña militar para salvar la corona francesa, dirigiendo todo el ejército en una salvaje guerra cuerpo a cuerpo, porque según ella, así se lo pedía Dios a través de un arcángel y de las voces de dos santas de moda en el momento (Santa Catalina y Santa Margarita).



A pesar de estas desviaciones que pueden tocar tangencialmente desórdenes como la esquizofrenia, desde mi punto de vista, es mejor poseer el gen de la espiritualidad, que vivir en el vacío de la falta de esperanza y confianza en un futuro mejor, después de esta vida... Lo mismo que es mejor pensar que tenemos ángeles que nos protegen, que sentir que estamos solos y abandonados a nuestra suerte...

Mirando la frecuencia con que aparece, si este gen existe, podríamos ponernos a analizar si antes había más gente que lo ostentaba abiertamente o si más bien, ahora se ha incrementado en número de personas que lo disfrutan. En ese caso, el ateo diría que estamos retrocediendo, mientras que a otros nos parecería que es evolución.

Ahora, apartándonos un momento del tema del gen de Dios, y mirando la historia que conocemos de la Humanidad, 

¿Será que podríamos encontrar uno o dos parámetros que indicaran este avance o retroceso en el hombre?

Y, ¿Cuáles serían esos parámetros?

Actualmente estoy leyendo una Historia de los antecedentes de la Edad Media y me quedo aterrada de lo que sería vivir en esos tiempos en que unos grupos relativamente civilizados trataban de establecer sus feudos y ciudades, mientras que la enorme mayoría constituía bandas nómadas que asolaban, hasta la destrucción total todo asentamiento humano que se encontraban a su paso.

Venían periódicamente del norte, los vikingos a invadir... del sur.. del Oriente... de la estepa, Atila... de Mongolia... ¡Del centro!


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¿Cómo se sentiría estar a merced de tanto bárbaro? ¡Qué vida tan difícil! Con razón no había mucho tiempo para el arte ni la música ni la escritura.

Nosotros en cambio, sí disfrutamos de un grado relativo de ocio productivo para que las artes y las ciencias estén vivas en nuestro mundo.

Igualmente, las fronteras se han fijado lo mejor posible para frenar ese deseo casi incontrolable de quitarle terreno al vecino... Estamos, -ahora que lo miro así-, en un mundo relativamente calmado (a pesar de la situación en Siria, Ucrania, etc.. que tienen sus raíces en parte en aquellas épocas y las tribus y pueblos que aún no se han integrado al estándar que le imponen, complicada lógicamente, por los intereses económicos de las grandes potencias)

Concluyo así, que se podría medir el avance de la humanidad con un sólo parámetro:

¡El tránsito de la violencia a la mansedumbre! 

¿Será que es diciente el parámetro que propongo? ¿Habrá otro mejor?

¿Cómo medirlo?
¿En qué punto estamos?

Muy abajo, parece. ..

Entonces, tantas civilizaciones y tantas historias por las que ha pasado nuestro inconciente colectivo ¿No nos han servido de mucho?