En un nivel equis de la Orden Rosacruz nos enseñaban a hablar en primera
persona del plural, abandonando la usual conjugación en primera persona
del singular, con toda una fundamentación sobre la energía creadora que es el NOUS y que nos compone a todos.
Esto es, en lugar de decir: "A mi me gusta", conjugar como: "A nosotros nos gusta".
Muy difícil para uno, dominado por la idea de la
personalidad individual. Pero muy útil para escabullirse un rato
del ego por una parte, y por otra, excelente para interiorizar la idea de unidad
con los demás.
Más o menos en paralelo con esta idea inicial, anoche me maravillaba
experimentando de una nueva manera lo que sentía al asumir que las mentes
sí están conectadas.
El ejercicio era este: Tomaba una a una las personas conocidas y esperaba a notar cómo reaccionaba yo cuando aceptaba que mi mente y la suya estaban efectivamente unidas.
En primer término, pasó que me relajé cuando mi mente descansó con la de aquel gran
amor que me "abandonó", no una, sino dos veces.
El sorprendente
resultado era que me podía colocar fácilmente en su lugar (¿verdadero perdón?)
y a su lado entendía, -totalmente de acuerdo con él-, que sus razones eran válidas y
que todo estaba bien. Ya no importaba donde estuviera esta persona... No estábamos
distantes.
Luego me instalaba unida con la mente de mi compañero de colegio que nos
sorprendió ayer con su muerte, y la misma refrescante sensación de unidad
resolvía las pequeñas incomodidades que algún dia pudieron haberse
percibido y la nueva ausencia.
Así sucesivamente, el ensayar el ejercicio con diferentes personas,
una a una, sin abarcar a la humanidad de golpe, me facilitó una
agradable sensación de integralidad, -al menos con esa pareja temporal-.
A regañadientes lo hice con la mente de un político controvertido de mi
país, escogido al azar, y el sorprendente resultado fue hallarme analizando los problemas
nacionales inocentemente, sin la traba del rencor por supuestos engaños, ni el
juzgar al personaje. Simplemente me sentía acompañándolo en sus incertidumbres,
y acogiendo sin calificativos sus equivocaciones. A su lado sentía su interno
malestar por hechos que no fueron más que errores humanos. Lo bueno es que
podía sentir comprensivamente lo que el otro sentía. Reconfortante.
Me fui entonces a la mente de mi madre. ¡Qué cúmulo de sentimientos
flotantes dominando cada decisión! Ahora entendía la validez de la perspectiva
de necesidad de protección y aparente debilidad. En total acuerdo las dos.
Compartí en silencio desengaños y alegrías perdidas en un pasado tan lejano,
que ya parecían de fábula; en escenarios que aunque existentes, ya nunca
volvieron a tener su esplendor.
También "recordamos" con nostalgia momentos
aparentemente intrascendentes y terminamos en un acuerdo total de lo que
fuera... ¡Sin especificar!
Y así sucesivamente desfilaron seres a quienes fui comprendiendo como a mí
misma... (¿Amad al prójimo como a vosotros mismos?)
La conclusión fue que nuestra aún limitada capacidad de integrar a los demás
en nuestra mente y de reconocer efectivamente la Unidad, se ve beneficiada con
este ejercicio. Porque además, extingue por completo todo impulso de
confrontación... Elimina el deseo de discutir y ganar la discusión; y nos permite estar en los zapatos del otro por unos momentos.
Es buena idea intentarlo.