En el principio éramos Todos, como siempre hemos existido.
Nuestro ser era Uno y funcionaba armoniosamente dándonos total gozo.
En nuestra existencia eterna y sin tiempo, todo era perfecto.
Disfrutábamos de nuestra conciencia infinita en sensaciones, vivencias y vibraciones escogidas alternativamente. Con ellas el Ser se hacía más y más consciente de si mismo.
Una de esas vivencias empezó el primer día de esta creación: Decidimos que apareciera la Luz y separar el Todo en dos, para ver como resultaba. Y apareció la dualidad, con el cielo arriba y la tierra abajo. Con la dualidad la cosa se complicó y se hizo singular...
Hasta el séptimo día, en que el juego culminó en la individuacion de los participantes.
Al Todo que éramos todos, le pareció divertido experimentar esta vez, fragmentado en infinitas conciencias separadas, dentro de un tiempo finito.
Aparecieron los seres humanos como contraste al Todo que era Uno. Cada uno parecía independiente... Se movía para donde quería, ocultaba sus pensamientos e intenciones y era todo un enigma para los otros. ¡El nivel más alto del juego! La mayor cantidad de variables escondidas!
Y allí ocurrió la natural salida del Paraíso. Tuvimos que aterrizar en la nueva realidad que habíamos creado. En esas condiciones, se requería que no todo funcionara de manera previsible... Más bien la confusión de cosas que no podían ocupar sino un sitio en el espacio a la vez, la capacidad de decir "si" cuando se pensaba "no"... Era un buen escenario para el ingenio.
Indudablemente, la aventura era así más difícil, pero también posiblemente más interesante. Un gran reto.Y se podía lograr un mejor aprendizaje, por el esfuerzo necesario para vencer los obstáculos.
Entonces, empezamos a jugar en el microcosmos de las personalidades, con el acuerdo tácito y obvio de reintegrarnos más adelante. El Todo entró al Salón de los Espejos y se inició la interacción de un reflejo con el otro. Divertido a veces, complicado en su mayoría.
Por eso ahora a veces nos sentimos solos e impotentes... Internamente nos abruma comprender que somos incapaces de crear las bellezas de la Naturaleza que nos rodea... Porque nos vemos fragmentados y sabemos que así, nuestro poder -otrora infinito- se diluye en el ego.
Reverenciamos el hermoso recuerdo que llevamos en el fondo del corazón, que nos dice que hay un Todo al que pertenecemos y soñamos con regresar a él, llamándolo Dios.
(Cualquier día nos ponemos de acuerdo y le ponemos punto final a la experiencia física, para irnos a experimentar a otra dimensión).