jueves, 4 de febrero de 2016

La Jerarquía en tres Generaciones


Con el albor del siglo pasado aparecieron los padres.
No explicaban, sino que actuaban.
Eran personas individuales con gustos, preocupaciones e intereses propios.
Educaban a sus hijos con disciplina y amor -aunque éste último, a veces no era muy evidente-, y no les daban mucho gusto ni les consultaban jamás sus decisiones.
Primera generación.

Cuando éstos niños fueron padres, notaron en sí mismos el vacío del bienestar y se volcaron a asegurarle una vida más agradable a sus propios hijos. Así, les dieron gusto en todo y se dedicaron a trabajar para darles lo más especial y costoso que estaba a su alcance. Además, les dieron la escuela y universidad que ellos no hubieran pagado para sí mismos. En esta maratón se les complicó darles tiempo y amor; aunque conocían las teorías sicológicas de moda y tenían pavor de traumatizar a sus hijos.

Ante esta actitud sumisa, los hijos se fortalecieron y los padres empezaron a temerlos literalmente. Con el tiempo, los chicos se colocaron a la altura de los padres (o más arriba) y se acostumbraron a cuestionarlos y sermonearlos, invirtiéndose los papeles; con lo que desaparecieron las jerarquías naturales que permiten que una sociedad y en este caso concreto, una familia, funcione.
Segunda generación.



Pero como también tenía su corazoncito, esa nueva generación se resintió por la deficiente dedicación de sus padres y se esforzó a su turno por balancear la atención dada a sus propios hijos, a la vez que dándoles bienestar físico. Con la dificultad de estar inmersos en un sistema de competencia, publicidad y derroche. El resultado de ésto se observa en los nuevos niños, que tienen equipos electrónicos de tecnología de punta como sus juguetes más preciados desde sus primeros años; sus padres los colocan en el centro de la familia, les dedican sus horas libres y acatan prestamente todas sus solicitudes.
Tercera generación.

Síntesis.
La autoridad fue excesiva en el primer grupo. Por su parte, la falta de asimetría deterioró el segundo e hizo que los chicos no tuvieran referente y que los mayores perdieran su estatus y su razón de llamarse padres.
Quedamos a la espera de ver los resultados del tercer grupo, actualmente en actividad, con niños cada vez más citadinos e inactivos y padres sin mucha vida propia, que trabajan ambos para sostener decorosamente y a la altura de la tecnología, un hogar del siglo XXI.